El sistema sanitario es jerárquico y compartimentado. Que la salud de todos nosotros dependa de un sistema en el que las responsabilidades estén bien repartidas es una garantía para todos, pero me parece una irresponsabilidad que la defensa de un modelo basado en ese criterio se utilice torticeramente para blindar competencias con el objetivo de defender parcelas de poder, que al fin y al cabo es una manera como otra de defender intereses económicos.
Los sistemas sanitarios han avanzado mucho y se han hecho muy complejos desde los años en que las cosas eran meridianamente claras. Antes todo era más fácil, pero, seamos sinceros, también nos moríamos antes. Entonces, el brujo era quien sabía y todos, incluso los jefes de la tribu, le cedían la responsabilidad de la salud de los cuerpos y de las almas en exclusiva. Ahora bien, si el jefe moría, la cabeza del brujo pendía de un hilo. Igual que ahora. Los jefes ya no lucen plumas, visten trajes de lana fría, pero… ¡Ay si les perjudicas! Entonces ruedan cabezas.
La incorporación intensiva de la tecnología (asimílese en este caso farmacología a tecnología), la consolidación del método científico como herramienta de profundización del conocimiento, la evolución de la salud de privilegio a derecho, la socialización del conocimiento y otros muchos fenómenos trascendentales que los sociólogos nos pueden contar, han modificado ese esquema tan arcaico y fácil de definir, y nos hemos adentrado en un camino mucho más complejo. El aumento exponencial de la complejidad ha sido el precio que hemos pagado para salvar tantas vidas y añadir tantos años a la vida.
Y en este nuevo entramado es una temeridad obviar la colaboración entre profesionales y no aplicar adecuadamente el principio de subsidiariedad si pretendemos que cada vez más personas estén cada vez más sanas.
Para que este nuevo modelo sea una realidad y no solo una quimera, deben existir algunas condiciones básicas, las principales según mi particular clasificación serían:
1. Compromiso y lealtad con el objetivo común: la salud de las personas.
2. Herramientas de comunicación multidireccionales entre profesionales.
3. Confianza y respeto entre profesionales.
4. Protocolización clara de las tareas.
Después de escribir cuatrocientas palabras me doy cuenta de que aún no he colocado la palabra farmacia por ninguna parte. ¿Será porque doy por sentado que también estamos inmersos en ese entramado? Supongo que esa es la razón, aunque a veces suponer demasiado no es conveniente, pero también es cierto que predicar en el desierto acaba siendo agotador. Cada uno que suponga lo que quiera, y así todos contentos.