Hace unos días leí un artículo entrañable, sensible, en cierta medida reconfortante. Un artículo que otorgaba la esencia de la profesión a la farmacia rural. Estaba bien escrito, y abrazaba con sinceridad a unos colegas que ejercen en condiciones muy exigentes que requieren grandes dosis de abnegación y resistencia. Todo muy emotivo, bonito diría yo. Reconozco que busqué en ese artículo la inspiración para un editorial. Quise ser aún más amable, aún más sensible. Me tentaba que esos colegas me quisieran, que estuvieran agradecidos de mis palabras, y me puse a escribir varios editoriales que ahora deben andar en grandes paquetes de papel esperando transformarse en pasta de papel. Espero que me perdonéis, os aseguro que no es que no os quiera ni que el cinismo haya conquistado mis palabras. Sencillamente, los años han pasado y no creo que deba gastar las palabras que me quedan en loanzas a quien no las necesita. Lo que necesitan esos colegas, creo yo, son escenarios capaces de generar esperanza. Necesitan que las limitaciones que tiene su ejercicio profesional en esas circunstancias tan duras tengan una compensación económica acorde con su labor. Lo necesitan ellos y el sector para mantener un equilibrio necesario para su propia estabilidad. Evidentemente un editorial que parta de esta premisa es mucho más complejo de escribir que los que intenté, pero creo que es mi responsabilidad, al menos intentarlo.
La farmacia rural de baja facturación representa el 10 % del sector. Son farmacias capaces de generar beneficios aceptables para su titular solo si este asume en solitario el ejercicio diario y las guardias que implica. Únicamente existen tres caminos para afrontar esa situación sin proponer ninguna revolución radical, o sin correr el riesgo de que se rompan las costuras de un modelo muy tensionado:
1. Mantener el modelo actual, lo que representa que el progreso profesional y económico de esos titulares pasa por vender su farmacia y acceder a otra. Pero este método tiene dos graves problemas: el primero, que hoy estas farmacias tienen un mercado muy reducido, lo que implica que estos farmacéuticos están atrapados en sus farmacias; el segundo, que el cierre de esas farmacias significa una pérdida económica y la consecuente desertización farmacéutica de la ya vaciada España.
2. Subvencionar a estas farmacias; desde hace unos años se ha implantado de forma insuficiente, y además incurre en la contradicción de la subvención pública de un ejercicio que el sector siempre ha definido y reivindicado como privado.
3. Modificar algunas de las bases del modelo actual, como puede ser el sistema de retribución que reparta las rentas de forma que se valore la presencia profesional de esos farmacéuticos en esas zonas cada vez más despobladas.
No me ha quedado un editorial bonito, pero este no servirá para pasta de papel, o quizás sí.
Hoy estas farmacias tienen un mercado muy reducido, lo que implica que estos farmacéuticos están atrapados en sus farmacias