Son tiempos duros estos que nos han tocado vivir. Quizás haya algún historiador que sonría al leer esta primera frase, y piense que hubo otros mucho más duros que estos. En cierto modo, no habría más remedio que darle la razón si la dureza de los tiempos la referimos a épocas en las que el hambre, la destrucción y la pobreza arrasaban países donde solo crecía la desesperanza. Pero…
La dureza de los tiempos a los que me refiero no tiene que ver con esa situación que aún persiste en muchos lugares, en los que se suceden conflictos y tragedias a los que no somos ajenos, por mucho que tratemos de ignorarlos. La dureza a la que aludo la relaciono con un fin de ciclo en el mundo, porque sabemos perfectamente que nuestro modo de vida, nuestras formas de hacer política, nuestras formas de relacionarnos, no nos llevan a otro lugar que no sea a la destrucción o al caos. Pero tampoco llegamos a encontrar una forma eficaz y aplicable de poner en práctica las nuevas teorías, esas que evitarían la destrucción del mundo tal como lo concebimos; de ahí que los fascismos hayan encontrado un campo abonado y fértil para resurgir. Esto que contemplamos en lo macro también sucede, como no podía ser de otra manera, en lo micro. Y es a lo sanitario, una parte importante de lo micro, a lo que deseo dedicar lo que resta de artículo.
Somos conscientes de estar asistiendo a la absoluta descomposición de la atención primaria. Sucede en España, donde las huelgas de médicos han puesto de manifiesto su deterioro, donde los farmacéuticos asistimos a la tremenda dificultad de acceso al sistema que sufren los pacientes; sucede también en otros países del entorno europeo, como el caso de las enfermeras del Reino Unido; y en tantos otros que, sin duda, pronto convertirán en obsoleto este artículo.
Estas huelgas tienen como objetivo ofrecer y recuperar una atención primaria de calidad que, con muchas carencias también, se ofrecía hace unos años. Volver al pasado, a ese tiempo utópico que posiblemente no existió, pero que en este caso sin duda fue mejor, es el sueño de los profesionales a los que aludo, y que ignoran que esos tiempos han pasado y que, si la atención primaria está fallando, además de por culpa de las carencias presupuestarias que conllevan las bajadas de impuestos, se debe al hecho de que su estructura no da más de sí.
La atención primaria no solo necesita más presupuesto, en la certeza de que invertir en atención primaria significa ahorrar costes mucho más elevados en hospitales y en sistemas de protección social. Lo que necesita la atención primaria, además, es dejar de estar centrada en los medicamentos como exclusiva herramienta sanitaria, y apostar por la incorporación de otros profesionales y recursos, por la participación de los agentes sociales de los barrios donde se ubican los centros de salud y, en definitiva, por concebir la salud como algo que va mucho más allá de la mera ausencia de enfermedad.
Entre todo esto, la incorporación real, con atribuciones y responsabilidades, de los farmacéuticos comunitarios se hace imprescindible. Mantenerlos como meros proveedores de productos es un lujo que la sociedad no se puede permitir. Y para conseguir esto, al igual que para superar los grandes retos que precisamos como especie para poder sobrevivir en el planeta, hace falta la implicación de los profesionales, de la ciudadanía en general y de sus políticos, como representantes y ejecutores del cambio. Y ahí está el desafío, un desafío que carece, por muy utópico que parezca lo escrito, de caminos intermedios.