La democracia es el gobierno del pueblo. Ahí lo dejo, ¡vaya marrón! Nos han vendido la moto de que nuestros predecesores, los griegos antiguos, inventaron ese concepto tan angelical. Tengo mis dudas. Nada tenían que decir por aquellos años ni esclavos ni mujeres, por ejemplo. Me decanto más porque se tratase de un invento algo más pragmático. Nuestros admirados griegos antiguos propusieron un método alternativo de acceso al poder que mejoraba el existente, ampliando un poco la base de los opinadores. Otras civilizaciones ya habían elaborado sistemas de acceder al poder, y entre unos y otros, con la ayuda de algún filósofo, de algún iluminado y también, por no olvidarlos, de algún revolucionario, hemos ido elaborando métodos de acceso al poder, que de eso se trata. Actualmente el acceso al poder en las sociedades democráticas —ahora sí— es un sistema complejo de representación y de equilibrio delicado de pesos y contrapesos, en el que juega un papel importante la regla de la mayoría. A menudo confundimos esta regla con democracia y no. Recomiendo encarecidamente lecturas sobre este tema y veréis que todo este entramado, aun con la mejor intención, es una cuestión mucho más pragmática y técnica que filosófica. Sin embargo, como animales racionales que vivimos en sociedad, algún método que nos ayude a ser lo más racionales posible debemos tener para ser menos animales, y esa regla de las mayorías nos es bastante útil.
Ni puedo ni sé suficiente teoría política para ir mucho más allá, pero eso de las mayorías me tiene obsesionado. Desde que hablo y escucho a más farmacéuticos, mucho más que antes cuando se suponía que más lo hacía, más estoy convencido de que esa regla no se aplica en la toma de decisiones en el sector de las oficinas de farmacia de forma explícita, pero funciona implícitamente de forma inexorable.
La mayoría de los titulares de farmacia en España apuestan por mantener lo máximo posible la situación actual. Con todos los matices y todas las dificultades, pero es esa y no otra su elección mayoritaria. A veces creo que mi capacidad de análisis es de una lentitud desmesurada, pero es lo que hay. Seguramente no era necesario esperar a mis sesenta para llegar a esta conclusión, pero cada uno es como es.
La asunción de la existencia de esa mayoría —evidentemente mi percepción está sujeta a discusión, debate o incluso descalificación— nos sitúa en una posición determinada en la parrilla de salida. Porque, queramos o no, la carrera del mañana se va a correr. Esa asunción nos explica también la composición mayoritaria de los representantes en las instituciones corporativas de todo tipo, y hace comprensibles la lentitud y la prudencia mayúscula en las reformas. Asumir que esa regla rige el rumbo del camino seguido, como lo hace el norte con la brújula, nos permite dormir más tranquilos porque conocemos mucho más las normas del juego, y nos permite también decidir con más serenidad hasta cuándo, cada uno, queremos seguir jugando.