La atención primaria está en crisis. No cabe duda, y esto es así no solo en España; también en otros países donde, como acá, ha sido una de las señas de identidad de los sistemas sanitarios públicos europeos que surgieron tras la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Demasiados intereses creados, en escenarios en los que las reducciones de impuestos (a unos) parecen exigir limitaciones de derechos (a los otros) y beneficios económicos para aquellos unos que colocaba primero entre paréntesis. Poco lucida también para los políticos, que prefieren hacerse fotos ante costosos aparatos diagnósticos de última generación o laboratorios de investigación de quimeras que pocas veces, como es normal, alcanzan realidades palpables. Todo un inmejorable caldo de cultivo ante una sociedad temerosa, medicalizada, cuyos miedos se han transformado en locura, hasta el punto de resucitar y hacer regresar como salvadores de la patria a quienes protagonizaron los peores pasajes de la historia de Europa. Y es que, cuando se carece de memoria, el pasado es muy fácil de transformar. No hay que ser un lince de la Doñana destrozada para encontrar respuestas al porqué de quienes no están interesados en recuperarla.
Del desmoronamiento de la atención primaria somos testigos mudos los farmacéuticos. Y digo testigos y digo mudos porque parece que esto no va con nosotros y que carecemos de opinión al respecto. Quizá porque el deterioro medicaliza y la medicalización engorda las facturas, un mal menor para la Administración, menos costoso que contratar a médicos y enfermeras. Hasta que un día regresen las tijeras. Parece que la cuesta abajo no va con nosotros cuando en ella hace tiempo que fuimos pioneros.
Resulta triste asistir a esta demolición programada, y quizá peor cuando a quienes pueden proponer soluciones derramando progresismo lo único que se les ocurre es volver a un modelo de atención sanitaria que ha quedado obsoleto, un modelo puramente biomédico de diagnóstico y tratamiento que se parece mucho a esa rueda giratoria para hámsteres, en la que, por mucha energía (impuestos) que emplees, nunca avanzas.
La complejidad de la atención primaria, la falta de valentía para adoptar soluciones (multidisciplinariedad, implicación de los pacientes y los agentes sociales, políticas de igualdad…) por quienes deberían implantarlas, y que dirían en su momento que se presentaron a elecciones en diversos ámbitos para resolver problemas, ha convertido a nuestros representantes políticos de facto en negacionistas del derecho a la salud. Algo muy parecido sucede con las medidas que hay que asumir para resolver el cambio climático, que se sabe cuáles son pero nadie se atreve a enfrentar con la dignidad que los seres humanos merecemos para nuestra supervivencia. Y es que los problemas son los mismos pero se expresan de forma diferente según el contexto.
Giulio Andreotti fue un político italiano de la democracia cristiana del pasado siglo que pronunció una frase todavía hoy recordada, Manca finezza, al referirse a la política en España. Quizás hoy no sea solo la ausencia de finura de lo que adolecemos próximos a superar el primer cuarto del siglo XXI, y sea la falta de valentía una nueva seña de identidad. Ahí está la atención primaria para mostrárnosla, el cambio climático o esa rueda de hámster en la que cabalgamos los farmacéuticos, empeñados un día tras otro en inventar la rueda para cabalgarla a toda velocidad hacia ninguna parte. Y cuando faltan valientes, sobran los salvadores.