Todo empezó con Yuja Wang, pianista china nacida en 1987 que comenzó a tocar el piano con 6 años. Era entonces una niña prodigio que vestía recatada, discretamente. Todo el mundo la consideraba una gran pianista, pero no alcanzó notoriedad mediática hasta que en el Hollywood Bowl de Los Ángeles apareció luciendo un vestido muy corto y unos zapatos de aguja hasta entonces jamás vistos en una pianista de música clásica.
El crítico Mark Swed opinó en Los Angeles Times que su vestido naranja sería probablemente lo más recordado de su interpretación, y que el concierto no era apropiado para los jóvenes menores de 18 años que no fueran acompañados por un adulto. Sus tacones, que apenas parecían adecuados para caminar, fueron criticados por dificultar el manejo del pedal. A Yuja le encanta ir de compras y vestir de forma atractiva y espectacular. Cree que para subir al escenario y seducir a la audiencia hay que tener algo más que una buena técnica, algo que atesoran hoy día miles de pianistas. A veces le gusta escandalizar: «Toco mejor a Mozart cuando tengo resaca o estoy borracha». Actúa en directo cien veces al año, está considerada una de las mejores pianistas del mundo, y sigue mezclando su virtuosismo al piano con sus tacones y sus minifaldas. Continuó por ese camino Khatia Buniatishvili, a quien algunos melómanos apodan The Breast Piano Player. Wang se ha especializado en sus esbeltas piernas, Khatia en la generosidad de sus escotes. Con los labios habitualmente pintados de un rojo llamativo, se exhibe en poses hasta hace poco reservadas a las actrices de cine. Como en el caso de Wang, combina sus dotes de gran pianista con la explotación de su atractivo personal. Algunas han ido más allá: Trump es fan de la pianista Lola Astanova, nacida en Uzbekistán, cuyas dotes de pianista, correctas pero no excepcionales, quedan en un segundo plano ante la exhibición de su físico.
Las pianistas alcanzan notoriedad enseñando su cuerpo, desnudándose con mesura, mientras que los músicos masculinos se visten y adornan con los ropajes de la genialidad. Empezó Von Karajan, convirtiéndose en el principal protagonista de la orquesta. Quien ha ido más lejos en el divismo practicado por los directores de orquesta masculinos es Teodor Currentzis, nacido en Grecia y nacionalizado ruso, que ha revolucionado el mundo de la dirección. Desde febrero de 2011 es director artístico del Teatro de Ópera y Ballet de Perm, una ciudad siberiana escasamente atractiva, donde vive y ensaya rodeado de músicos incondicionales que lo adoran. Su aspecto es el de un músico de rock, sus interpretaciones son heterodoxas, y a veces se acompaña de pasos de baile mientras dirige. Con su orquesta MusicAeterna toca a Mahler como nadie lo había hecho antes y su versión del Réquiem verdiano es antológica. A veces exhibe en los reportajes su torso desnudo, pero su narcisismo se dedica con preferencia a potenciar la genialidad de su forma de reinterpretar a los clásicos y de dirigir la orquesta. «La música no habla de lo que sabemos sino de lo que desconocemos» es una de sus frases favoritas, propia de quien quiere ser y se sabe un genio.
Currentzis saca partido de su atractivo físico, pero busca la notoriedad en la sublimidad de su genio. Wang y Khatia alcanzan la fama mediática añadiendo a sus portentosas dotes pianísticas la explotación hábilmente calculada de su atractivo físico. Es como si, dos siglos después de su publicación, todavía siguiésemos dándole vueltas al texto de Immanuel Kant Lo bello y lo sublime: «Lo sublime conmueve, lo bello encanta». Puede ser, pero Kant va más allá cuando aplica estas virtudes en función del género: «En una mujer todas las demás ventajas se combinan solo para hacer resaltar el carácter de lo bello, en ellas el verdadero centro; en cambio, entre las cualidades masculinas sobresale lo sublime como característica». Quizá Kathia y Yuja, sobradas de talento pianístico, harían bien en no seguirle el juego al filósofo de Königsberg.