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Memorial de Caracas

En el principio fue un bolívar, un bolo, veinte puyas, una gallera por equivocarse en el vuelto. En el Silencio. Entre gritos de buhoneros y reclamo de un expendio tras otro.

Memorial de Caracas
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No coma cuentos, pana, que no le voy a jalar bolo a nadie. Pepeganga, presente y futuro de la mujer elegante. Sobre el heteróclito asfalto, pincha una tripa y se inicia la tranca, sin tripa de repuesto los trompetazos claman a un cielo azul, anodizado e implacable. Carros largos, americanos, chevrolets, de chapas para el carrocero y repuestos de malandro. Avisos y afiches, gane plata con nuestros cursos de mesonero y anfitriona. El óptico que regulará sus anteojos mal reglados. Antes de que las necesite, leyes del timbre fiscal. Raspa el monóxido la garganta y te hace un jugo, a elegir entre las vitaminas de jugos de guanábana, toronja, lechoza, parcha, parchita, zapote, tamarindo, guayaba, patilla, melón y el arcoiris en pleno. El color de la alegría, las flores de galipán embellecen nuestras calles. Confecciones Ipanema, edificio Lecuna esquina Miseria, ventas al mayor. Hembras, amas de casa o pavitas de glúteos gloriosos, danzantes, reboteros, cadencioso andar que es tanto un don de las caderas como una peculiar forma de ceñirse la falda. Acuden zamuros motorizados a restaurar el tráfago, se va la grúa con el carro panero y el semáforo continúa su guiño estéril de alto y paso, ceda el paso no la vida, Jesús viene y arrecha. Prohibido botar basura a la calle. ¿No te provoca, chama? Es que el bonchón se me hace bravo por los galgos, ¿sabes? Las formas se alzan de penthouse a charaguama, quietas, sonoras, pero ni despegan ni derrumban otra cosa que sombras inmensas de ruido, muchedumbre, burocracia y negocio. Tremendo cambur se consiguió el carajito. Todo el mundo oficial está camburado, ¿a quién le amarga la banana frita? En la arepera vecina hay cachapas de puro jojoto y también cachapas de queso y para allá nos rodamos, están ful. El café guayoyo. De nuevo los ingresos y egresos, las comisiones y viáticos, a tipear pedidos. Pasa una catira con vertiginoso corte en la falda, marcando pantaletas, chévere la muy cuando entra en la Farmacia La Milagrosa, a la recetura. En la vidriera contigua sahumerios, esencias, despojos: María Lionza, santa bruja trinitaria. Pepeganga, gran remate. Se tiran de la camioneta en marcha los tambos de a pie portando armas de guerra, redada y rastreo de inmigrantes, la credencial al día o la visa de turista, y el que no, que corra, si le pillan cagada de pato macho. Son tipos duros, apretados, arrechos y, si se reviran, de gatillo alegre. Una vaina lo de los papeles. Seguridad bancaria, nunca fue tan segura la zona para los bancos. Para pasar el susto al botiquín, un trago para el mal trago, ron pampero, caballito frenao o ron café, que sean dos los palos, con parapalo, faltaría, tequeño, no hay que rascarse. Pare el carro un día, la ciudad no se detiene. El rumor de la tranca es el hilo musical de El Silencio. Se desespera la camioneta bus Propatria-Carmelitas-Chacaito. Funeraria La Voluntad de Dios. Relojería Hora y Oro, bañamos su reloj en oro y rodio. El Creyón, todo para la oficina. Pasan juntas tatarachonga, mamachonga y bebachonga hacia Nelson el maracucho, petacas de garantía. Chamo, el punto será de la rosca, pero te gira puñaladitas por la espalda. Las formas se alzan de la barahúnda al estruendo por el valle de los caracas, desde su alto de bolo o bolivar se divisan las flores amarillas del Araguaney cubriendo los cerros de la tierra prometida y por encima de la cota mil la casita del guarda. De una a otra torre son cachicamo diciéndole a morrocoy conchudo. No te aceleres, pana, mejor lo dejamos para otro día. Cómo no. Y sobre El Silencio, el clamor del cielo.

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