• Home

  • La tertulia de Sitges

Hay momentos triviales que solo se valoran cuando pasan, pasados años, y su revaloración les dota de un encanto especial. Fue en Sitges y alguien dijo que los sitgetanos son como los bilbaínos, pueden nacer donde les apetezca. Miriam Hamsun, angelical patinadora, es de las antípodas, de las islas Feroe, porque sus padres son neozelandeses, de Sitges de toda la vida, llevan aquí más de dos años. 

Me lo recordó William Saroyan en Lo importante es no morir: «La primera vez que vine me trajo mi editor español conduciendo como un loco por las curvas del Garraf». José Janés se mató en un accidente de coche, no conducía tan bien como editaba. Hay sombras inevitables en este lugar, la de la pintura luminista de Santiago Rusiñol en cabeza, en frases no muy memorables que le gustaba escribir, en su texto más resplandeciente para la pócima mágica de su amigo el boticario Torrent, licor hecho de flores y polvillo de alas de mariposa. A la sombra del almacén, porche ideal para la tertulia, del sitgetano don Facundo Bacardí, casi inventor de estas otras tres pócimas mágicas, ron, mojito y cuba libre. Con recomendaciones específicas para el mojito, azúcar blanca, nada de morena, y la hierba expandida con el golpe seco de un palmetazo. Presencias constantes como esas gafas con ojos, anuncio de una óptica, que vigilan a El gran Gatsby a lo largo de toda la novela de Francis Scott Fitzgerald. O la palabra chiringuito aquí acuñada, en el de la playa, por el gran César González Ruano. O el séquito que acompañaba a Rafael Borrás, editor de Planeta, con casa en la calle de San Sebastián, con anécdotas insólitas de Pilar Jaraiz Franco, pariente levógira del general. El juego de la adivinanza, de quién es esta cita, que siempre proponía Paca la Ruinas, «hombre que toca, hombre que arruina», le decían. Curioso fenómeno el cómo acuden los recuerdos. «Nadie ofrece tanto como el que no puede cumplir». De Oscar Wilde, no, de Adolfo Suárez, tampoco, de Quevedo, eso es, de Quevedo. «Donde hay poca justicia es grave tener razón», también de Quevedo, tenía a todo don Francisco en la punta de la lengua. Y la que de veras me impactó y nunca he visto escrita: «De qué sirve la libre expresión de un pensamiento esclavo». De don Antonio Machado, un clavo redime otro clavo y formulábamos nuestras paremias de segundo orden: «Puede creer en un escritor que no escriba pero no en un escritor que no lea». Todos más orgullosos de lo leído que de lo escrito. «A mí lo que me gusta es haber escrito», me dijo Antonio Pereira. Con un tipo formidable, Rolando Camozzi, delicado poeta y al mismo tiempo un atleta de la escritura como condumio, por encargo y en un fin de semana escribió la historia de la motocicleta en 312 folios, original y copia en papel carbón. Murió joven, como se les exige a los poetas, en un accidente aéreo. No pilotaba. También gente del cine, peliculeros del festival del terror y de los otros como el ocasional David Lynch con su Carretera perdida, lost highway. No es cierto, aclaró, que el título sea una errata y alguien mecanografiara "lost" en vez de "last". Ni siquiera sé si coinciden los nombres con las presentaciones, pero sí con tanto gusto todas ellas, todas inmortalizadas en una foto sepia, grupo con la primitiva factoría de Bacardí en La Habana a sus espaldas, delicada falsificación cortesía de la casa, de los herederos de don Facundo. Miriam Hamsun es una de esas increíbles patinadoras que se deslizan fugitivas de sí mismas por el paseo de la playa y recortan su silueta sobre el horizonte. Estén o no estén en la tertulia son la imagen más poderosa de Sitges.

Destacados

Lo más leído