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  • Dulces mentiras de amor

Creo que la infantilización producida por los cachivaches de la tecnología aplicada es la única defensa contra el aluvión de malas noticias diarias. Mientras juegas con tu tableta electrónica parece que el mundo funciona, son solo averías técnicas. La corrupción es la mentira y sin mentiras ¿quién podría vivir? La verdad es una mentira que aún resiste. Dime que me quieres, miénteme, por favor. Lee en mis labios y oirás lo que quieres sentir. ¿A quién vas a creer, a tus ojos o a lo que yo te diga? Todos esos discursos de los próceres políticos, todos esos desfalcos que se producen por generación espontánea, tanta inconsecuencia en las predicciones meteorológicas y financieras. Ese disparate (utilicemos un refrán americano para no ofender) de creer en: «Lo que es bueno para la General Motors es bueno para Estados Unidos». Con trampas viejas se cazan zorros jóvenes, de ahí que traiga de nuevo, con alguna variante, mi viejo Decálogo de la función pública. Algo explica sobre la mentira con la que encantados nos complacemos por creer que hacemos:

– Sensata determinación de objetivos.

– Optimismo ante la bondad del proyecto.

– Desorientación en la puesta en marcha.

– Desconcierto en el modus operandi.

– Cachondeo por los primeros resultados fallidos.

– Búsqueda metódica de culpables.

– Sálvese quien pueda.

– Castigo ejemplar de inocentes.

– Recuperación del optimismo.

– Culminación tardía y defectuosa.

– Merecido ascenso a los no participantes.

El decálogo es parte de esas razones erróneas de por qué las cosas salen mal o cómo se entrelazan mentira, ineficacia y corrupción. Por otra parte, es un divertimento, pues es el único decálogo del mundo con nueve mandamientos. A veces la mala noticia también es divertida por más que sea índice de hasta qué punto vivimos inmersos en la falacia, la acabo de leer en El País: «El currículo de un investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales, organismo público dependiente del CSIC, está plagado de estudios inexistentes. Son publicaciones con nombres del tipo ´Distorcia y cesárea paradorsal en un caimán de anteojos´, pero cuando uno acude al número de la revista Journal of wildlife and zoo medicine en el que debería aparecer lo que se encuentra es ´Infección por Mycobacterium asiaticum en un titi de manos doradas´, realizado por investigadores de la Universidad de Florida». El que hasta nuestra bibliografía científica sea falsa es intelectualmente demoledor y demuestra que la demolición moral es ya un juego de niños de la que nos defendemos navegando por Internet. La de malabarismos que hay que hacer para no hablar de los políticos. La bibliografía científica era hasta hoy un baluarte de la verdad (con cierto narcisismo, con sus cosas, pero baluarte) y por contraste daba pie a la fastuosa bibliografía literaria, falsa pero verosímil y divertida, con que jugábamos los escritores tratando de imitar al genial Borges, iniciador del recurso. Por eso, amigo tertuliano, te agradecería que contases los mandamientos del decálogo, no estoy seguro de si son nueve o diez.

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