Como cada día que escribo este diario soy un poco menos joven, tengo más tentación de contar batallitas. Para los de mi generación el primer recuerdo futbolístico medio difuso, inocente y completamente influenciado por lo que comentaron nuestros mayores aquella tarde de junio y los días sucesivos, es el gol de falta de un tal Stojkovic (confieso que esto lo he tenido que mirar) en la prórroga del mundial de fútbol de Italia 90. Muchos de ustedes habrán crecido viendo arrasar a lo que ahora es la Roja y durante muchos años se denominó la Furia, y que tradicionalmente fue una selecciona perdedora (loser, en jerga millennial).

El mundial de Italia fue el mundial de Michel, que antes de ser un fenómeno viral fue el escudero de Butragueño, que era la estrella del Real Madrid y ahora es ese señor que habla después de los partidos. Su relación con la selección siempre fue rara, la de Michel digo, que ese año le marcó tres goles a Corea del Sur (potencia mundial) y luego se le acusó de apartarse de la barrera en el famoso gol del ciudadano Stojkovic. En fin, que crecí pensando que Yugoslavia era el mayor coco futbolístico de la historia, por el mal recuerdo de lo sucedido aquella tarde en Verona. Poco después, los mayores torcieron el gesto y se mostraron preocupados con ese tema: Yugoslavia dejó de salir en las noticias por el fútbol y empezó a estar por la guerra.

Pero hay que irse un poco más atrás del gol para entender el conflicto de Yugoslavia, o de los Balcanes; a su creación concretamente. Después de la primera guerra mundial (que para nosotros no, porque no vivimos ninguna, pero para los europeos de la época fue La Gran Guerra), se firmó el Tratado de Versalles que dejó extraños compañeros de viaje; se juntaron países que habían pertenecido a imperios más grandes y se crearon Estados nuevos (explicación un poco ligera del tratado, pero es que esto va de Erasmus). De aquellos barros, muchos de los lodos del siglo XX europeo; otras guerras, separaciones más o menos amistosas, etc. El trajín de Europa en ese periodo no se explica sin el resultado del tratado. Total, que 80 años después, para no liarnos, se produjeron movimientos separatistas por las diferentes partes que compusieron la ex Yugoslavia que desembocaron en una guerra horrible (separatismo más otros factores que nada tienen que ver con Versalles y que no vienen al caso). Aunque son más conocidas las diferencias entre serbios y croatas y serbios y bosnios, el comienzo de esta guerra fue la independencia de Eslovenia, que es donde vamos a ir hoy. Y no traigo este tema por el fútbol, ni porque se acerque una Eurocopa, ni porque me haya hecho mayor el mes pasado; mi percha con la actualidad (que es algo que siempre intento tener, aunque no sabía que se llamase percha hasta hace poco), es la condena del tribunal de La Haya a Radovan Karadzic, como responsable del genocidio de Srebrenica.

Ljubljana
Todas esas consonantes seguidas conforman el nombre de la capital de Eslovenia. Aunque en castellano hemos cambiado las jotas por íes, pero es mas bonito en su versión original. Es una ciudad pequeña, nunca entraría en nuestra categoría de las grandes ciudades, lo que no la convierte en una mala opción para irse de Erasmus, claro está. No alcanza los 300.000 habitantes y pese a ello sigue siendo el municipio más grande del país. No volveré a explicarles mi teoría de las ventajas y las desventajas de las ciudades pequeñas frente a las grandes, pero aquí también se aplica. Hay una pequeña diferencia y es que Ljubljana no deja de ser una capital, y aunque no sea ni Londres ni París, no van a encontrar nada más movido por la zona. Pero no corramos tanto, que antes de saber si los 54.000 estudiantes de la Universidad son suficientes para armar un movimiento socio-cultural digno, hay que llegar hasta allí. Este es de los puntos malos; no hay vuelos directos entre Ljubljana y España. En general. Tienen dos opciones. Pueden hacer largas escalas en sitios aleatorios de Europa, desde Helsinki a Estambul, y esto no es el poema, pero son los países desde los que se vuela a Ljubljana. Si no les convence esta idea, hay una más recomendada por los que ya han hecho el Erasmus en Eslovenia; volar a ciudades cercanas, y de otros países, y llegar hasta la capital en tren o en un pseudo blabacar con nombre distinto. Tradicionalmente, si es que esto se puede considerar una tradición, los Erasmus volaban a Venecia y completaban los 250 kilómetros hasta Ljubljana como podían. Desde hace unos meses la compañía de bajo coste noruega (tiene wifi en el avión; el futuro era esto) vuela hasta Zagreb. La capital de Croacia, otro de los implicados en lo que les contaba al principio, está más cerca y hay billetes más baratos.

Dicho lo malo, vamos a lo bueno, que es mucho. En primer lugar es una ciudad que interesa a muchos futuros farmacéuticos. Tienen convenio las Universidades Complutense, de Barcelona, de Sevilla y la Miguel Hernández. Además, es un destino de habla inglesa, que no abundan entre el catálogo de universidades. Pero tampoco vamos a engañarnos, que Ljubljana no es Cambridge y no me refiero a la universidad, sino al inglés. No van a tener problemas para comprar pan, aprobar Farmacología o pedir una sopa, pero no es su lengua natal. La universidad ofrece cursos de esloveno, que no les digo yo que les vaya a salvar la vida en su carrera profesional, pero siempre es sumar. Además, qué hay más bonito que hacer el esfuerzo de entenderse con los eslovenos en su propio idioma. Esto del Erasmus va de integrar, así que no dejen de preguntar a su llegada.

Aunque no sea Cambridge, sí podrán cursar asignaturas en inglés. Hay grupos específicos en todas las carreras que imparten las clases íntegramente en inglés. Ha habido algunas quejas en determinados estudios, no Farmacia, en que los grupos en esloveno se desbordan y esos estudiantes pasan al grupo en inglés, y entonces los profesores ya hacen lo que les da la gana. No les va a pasar, no ha ido en lo nuestro, pero se lo comento. Frío dato. Al rey lo que es del rey, Ljubljana se ha adaptado al plan Bolonia mucho mejor que los viejos socios europeos.

Para vivir, dormir y comer, tienen opciones varias. Las residencias dependen de la universidad; cuando hagan el célebre e incomprensible papeleo, reclamen al coordinador una plaza. No siempre se consigue, pero es una buena opción y además muy económica; entre 75 y 100 euros al mes. En cualquier caso, los pisos son baratos, al menos comparados con la ciudad donde yo vivo, Madrid, donde por menos de un riñón nadie te alquila un cuchitril. Pero no estoy aquí para contarles mis taras, pueden buscar piso aquí antes de llegar a Eslovenia. Compartir una habitación ronda los 150 euros y un apartamento individual los 300, para los que no me hayan comprado la teoría de la integración.

Comer también tiene sus cositas. Los supermercados tiene precios parecidos a los que ven en las estanterías de sus ciudades, pero hay una ventaja muy buena en Ljubljana. El Estado subvenciona unos comedores para estudiantes, Erasmus y no Erasmus. Hay unos tickets con los que pueden comer un menú de entre 1,5 y 4 euros que incluye sopa o ensalada, segundo plato y postre. Por ese precio, no merece la pena cocinar. Los comedores estudiantiles (studenska menza) están repartidos por toda la ciudad y son de varios tipos, no solo sirven comida de la región. Tiene ciertas normas, pero no se hagan los listos, cúmplanlas y ya tendrán ese aspecto diario solucionado.

Como mantengo intacta mi alma Erasmus tengo que recomendarles un barrio menos académico y más nocturno, porque no hay Erasmus sin ver amanecer (el número de veces lo eligen ustedes). Metelkova es el sitio. Exposiciones, música en directo, fiestas, obras de teatro, qué sé yo, es un parque de atracciones de la intelectualidad eslovena. Es de esos barrios que tendría que haber en todas las ciudades. Además, ocupa los barracones y gran parte del cuartel que se encontraba en la calle de mismo nombre y que desde el siglo XIX ocupó el ejército esloveno en sus distintas acepciones (austro-húngaro, yugoslavo o lo que sea). Desde 1990 los espacios pasaron a asociaciones pro cultura y pasó lo que tenía que pasar; sitio al que hay que ir. Hay otras noches liublinesas que tienen que conocer, con muchos Erasmus y menos historia, pero las dejo para que me las cuenten ustedes a mí.

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