¿Checoslo qué?

Como habrán intuido por el título hoy voy a llevarles a Checoslovaquia. Entiendo que esto les puede sonar un tanto antiguo y es normal porque Checoslovaquia ya no existe; huele un poco al típico Trivial Pursuit viejo que hay en (casi) todas las casas en el que la respuesta a la pregunta acerca de quién es el entrenador de la Selección española de fútbol sigue siendo Miguel Muñoz (siento la cuña publicitaria a tan célebre juego de mesa, pero la historia de hoy me vino por este monólogo de Joaquín Reyes).

¿Checoslo qué?
¿Checoslo qué?

No obstante, la historia del país tiene cosas muy interesantes; en su corta existencia como tal (sólo fueron una nación durante setentaidós años) le pasó de todo. Los checoslovacos sufrieron dos de las peores plagas del siglo XX: el fascismo y el comunismo. Y seguro que de eso sí que les suena, pues Checoslovaquia fue invadida por la Alemania Nazi en su afán imperialista. Cuando recuperaron su soberanía, exterminio del pueblo checo incluido, les tocó otra de siete con el reintegro y entonces sufrieron los desmanes del Partido Comunista Checoslovaco. Gracias a esto los checoslovacos consiguieron otro hito que les ha hecho famosos y en 1968 se levantaron contra las medidas comunistas en la románticamente famosa Primavera de Praga, impulsada por los vientos que venían de París y que significó el principio del fin del bloque soviético. Pero la revolución que concluyó finalmente en el divorcio de las Repúblicas Checa y Eslovaca (y de paso con el régimen comunista) fue una más pacífica, aunque de nombre igualmente poético: la de Terciopelo. Se reunieron, hablaron, se pusieron de acuerdo y los dos países convinieron separarse (de locos Mariano, de locos). Dicho todo esto, si hay algún futbolero en sala, y en esto yo soy culpable, ha de saber que el penalti más famoso de la historia del fútbol lo marcó un checoslovaco, Antonín Panenka, que con su peculiar forma de ejecutar la pena máxima dio el triunfo a su selección en la Eurocopa de 1976 (y encima frente a Alemania). Después de esta patada al rigor histórico tenemos que irnos un poco más adelante, hasta 2004, cuando los países resultantes de la división de Checoslovaquia entraron de la mano a formar parte de la Unión Europea, y por tanto, del Erasmus. En su día viajamos a Praga (aunque ya les dije que a pesar que la Universidad esté sita en Praga a los farmacéuticos nos mandan un poquito más lejos), capital de la República Checa, y hoy lo haremos a la capital de Eslovaquia, Bratislava y a Brno.

Bratislava
A la capital eslovaca sólo se puede optar, de momento, desde las facultades de Farmacia de Barcelona y Santiago; sin embargo, no hemos encontrado vuelo directo desde ninguna de estas ciudades. Una buena alternativa a los caros y largos viajes es la de volar a Viena; desde Barcelona sí hay vuelos directos a la capital austriaca por menos de cien euros. Desde allí les separan ochenta kilómetros por carretera a Bratislava, que pueden cubrir en autobús por menos de diez euros. Una vez allí la duda de alojamiento es la de siempre, ¿piso o residencia? En este caso tenemos que recomendar encarecidamente la opción B: residencia. Sin comodín del público, ni llamada. Y no sólo porque la diferencia de precio, que la hay, sino porque en Bratislava hay una mega residencia que hay que vivirla: Mlynská dolina. Por suerte en ella no sólo hay estudiantes Erasmus, sino también de todas partes del país, por lo que se puede hacer también vida eslovaca. Unos 15.000 estudiantes viven en esa residencia, que se ha convertido en una pequeña ciudad preparada con (prácticamente) todas las necesidades que pueden tener los que allí viven: tiendas, cantina, farmacia y, como no, bares de copas. Gran parte de la movida estudiantil pasa inequívocamente por la residencia, aunque, evidentemente, no es el ombligo de Bratislava y, por tentador que sea vivir como los americanos de la base militar de Rota, hay que salir extramuros a ver qué se cuece en el centro. Mlynská dolina no solo está formada por camas y copas, también tiene facultades de la Universidad Comenio de Bratislava (un ejemplo del buen divorcio entre Eslovaquia y la República Checa es que el filósofo que da nombre a la Universidad más grande y antigua de Eslovaquia, Comenio, nació en lo que hoy es la República Checa), aunque no la nuestra, que se encuentra a unos cinco kilómetros de casa. Bratislava no es una ciudad excesivamente grande, no llega al medio millón de habitantes, y quizá por ello no es demasiado cara. Dentro de las opciones que encontramos en los catálogos de destinos Erasmus es una de las más baratas. No me atrevo a aventurarme con una cifra exacta, eso dependerá de ustedes, pero citaré algunos lugares comunes: entrada a las discotecas de tres a cinco euros, los alquileres van desde los setenta de la residencia (habitación doble con baño compartido) hasta los trescientos cincuenta de un piso en el centro, una pinta de cerveza un euro y medio o dos. Además, Bratislava tiene la ventaja de estar muy céntrica en el tablero europeo (ya hemos hablado de la distancia con Viena, por ejemplo), aunque la desventaja de no ser el sitio más turístico de la región. Es verdad que el castillo es bonito (tiene más de quinientos años, cuando Bratislava formaba parte del Reino de Hungría, aunque esa lección nos la hayamos saltado en nuestra clase de historia), pero comparándola con, por ejemplo, Praga, ya que estamos con el temita, tiene menos chicha. Sin embargo, puestos a recomendar el castillo, vayan por la noche y no suban hasta sus torres, no, quédense en uno de los búnkeres de emergencia que se encuentran en la base del mismo donde se encuentra el Subclub. Si les gusta la música electrónica no dejen de ir; si son claustrofóbicos, seguro que hay mejores opciones. Aunque carece totalmente de interés, si no lo cuento no me quedo tranquilo: Bratislava está hermanada (las ciudades hacen esas cosas) con Perugia, donde ya les conté que estuve yo de Erasmus.

Brno
Ya que hablamos de las distancias entre ciudades, a poco más de ciento veinte kilómetros de Bratislava se encuentra la ciudad checa de Brno, por la que habría que pasar, casi inevitablemente, si viajamos desde Bratislava a Praga en coche. Brno es una de las ciudades de la República Checa que se pueden calificar de universitarias; cuenta con cinco universidades en la ciudad, una de ellas la Universidad de Veterinaria y Ciencias Farmacéuticas de Brno, con la que tienen convenio nuestras facultades de Alcalá de Henares, Barcelona, Santiago de Compostela y Valencia. La Facultad de Farmacia fue la última en incorporarse a esta institución pública, que fue la primera en crearse tras la fundación de Checoslovaquia. También en Brno es recomendable echar un ojo a las residencias. La residencia oficial de la universidad es la opción más fácil con precios que rondan los ciento veinte euros, dependiendo del tipo de habitación. Por esto y el coste general de la vida checa, Brno es un sitito barato. Así como algunas veces hemos hablado que el café en Italia es religión, algo parecido pasa con la cerveza en la República Checa; no diremos que la regalan, pero sus precios incitan. El idioma es complicado, aunque en el ámbito universitario podrán desenvolverse con el inglés, tanto docentes, como estudiantes lo manejan, pero les dejo una palabra útil: pivo. Ya sabrán qué es. Sin embargo, hay otros idiomas que la población checa domina más y que igual pueden practicar; los mayores del lugar hablan alemán, algunos no tan mayores ruso (esto ocurre también en Bratislava). Una desventaja, que en el fondo es una ventaja, es que la República Checa no ha entrado en el euro, por lo que tendrán que aprenderse el cambio entre la Corona checa y la moneda europea; a día de hoy una corona son 0,04 euros (ahí está lo bueno, llevan una moneda más fuerte). No hay vuelos directos a Brno, pero pueden volar hasta Praga o Viena, otra vez, y moverse por la República Checa con Student Agency, que cubre trayectos entre ciudades que consideran hay que visitar con precios populares. Hay determinadas ciudades que se identifican con personajes históricos; así como en Salzburgo en cada esquina hay una cara de Mozart, Brno es de Mendel, que por si tienen los apuntes de los primeros años de la carrera dejados de la mano de Dios, redactó las leyes de homónimo nombre sobre la herencia genética. O por seguir con el rigor histórico, el de los guisantes. Mendel da nombre a la universidad más grande de la ciudad y segunda del país en número de estudiantes.
Estamos en esos meses en que en las distintas facultades empieza a hablarse del Erasmus, de pedirlo y de irse. Así que corran, corran como lo hacen las motos en el circuito de Brno y pidan una beca Erasmus, aunque sea a otras ciudades, pero no dejen de hacerlo.

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