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  • Uso inmoral del medicamento

En números anteriores hemos hecho mención a que hay mucho trabajo que hacer, aunque el sistema productivo cada vez sea más estrecho, elitista, falto de ética y esté más al servicio del poder fáctico. No es mi intención seguir argumentando esta línea, pero sí me gustaría empezar hoy poniendo una línea de trabajo sobre la mesa.

Se están cometiendo abusos inmorales con medicamentos. Deberían alertarnos en las facultades sobre esto. Uno de nuestros cometidos principales como farmacéuticos debiera ser proteger a los ciudadanos del uso inmoral de los medicamentos (ya no del irracional, que también). Claro que para trabajar desde aquí antes tenemos que aliarnos con los ciudadanos, y no con grupos elitistas que suelen ser nuestros pagadores, es decir, debemos posicionarnos desde donde podamos trabajar libre y extensamente a favor del ciudadano, sin conflicto de intereses que condicionen nuestro pensamiento, nuestro conocimiento o nuestras aptitudes, en un medio favorecedor de nuestro potencial. Eso para empezar. Y esto siempre es una elección.
Uno de los abusos inmorales a los que me refiero es el Tratamiento Ambulatorio Involuntario (TAI) que se pretende instaurar sobre ciudadanos diagnosticados de enfermedad mental grave. Esta práctica no es otra cosa que conseguir una medicalización forzosa y contra la voluntad del individuo empleando la vía judicial. Recomiendo un encuentro con colectivos que la están sufriendo, un primer contacto puede ser a través de su página web http://www.contralamedicacionforzosa.es/. En la página se puede descargar un informe cuya lectura debería ser obligatoria para todos los que formamos parte de esta maquinaria abusiva y mordaz. Y nosotros, como «expertos en medicamentos» como nos gusta declararnos, somos por desgracia parte de esta maquinaria, pues participamos de ella, la secundamos y la sostenemos. No viendo más allá del puro acto de proveer medicación al pueblo (o pensando que siempre hay detrás de esto un bien sanitario y social). Santiago Alba Rico suele decir que no conoce a nadie que sea capaz de disparar a bocajarro y asesinar a otra persona, pero que la mayoría de nosotros hacemos cosas que indirectamente provocan guerras y conflictos armados (meter dinero en bancos que a su vez lo invierten en industria armamentística es sólo uno de los muchos ejemplos que plagan nuestra cotidianidad). Con el acto de provisión de medicamentos e información o asesoramiento sobre ellos, pasa lo mismo. ¿Al servicio de quién estamos? Lean el informe de este colectivo al que hago referencia, y atrévanse a pensar en ello.
¿De verdad alguien puede pensar que puede ser terapéutico doblegar la voluntad de un individuo para medicarle por la fuerza? Siempre hay una parte amplia y variable (en el caso de los psicofármacos es mayoritaria según los ensayos clínicos) en el acto de tomar medicamentos, que es terapéutica pero no farmacológica. El TAI, como bien argumentan en el informe, sustenta su legitimidad en que una intervención biológica puede por sí misma ser terapéutica, aun yendo en contra (y empleando la violencia) de las dimensiones subjetivas-psíquicas, sociales y culturales del individuo, y aun yendo en contra de todo proceso de autorregulación neuro-adaptación biológica que también desencadena un fármaco. Es decir, este silogismo es absurdo. ¿Cómo puede construirse un absurdo tal? La respuesta es obvia: el TAI no persigue un fin terapéutico. Persigue un fin de control social. El policía y el psiquiatra se han aliado para ser el ejército de control de masas que sostenga el estatus quo social, económico y cultural que representa la civilización capitalista. Se ha abierto una brecha: la farmacología como aparato de control, y esta brecha no tiene por qué acabar aquí. En EE UU un 15% de los niños en edades comprendidas entre los 4 y los 17 años están en tratamiento con derivados anfetamínicos que se emplean sobre todo en la población con fracaso escolar.
Fracaso escolar en niños y fracaso terapéutico en enfermedad mental. No son fracasos sociales. No son fracasos de los sistemas educativo y sanitario. No son fracasos familiares, ni políticos, ni comunitarios, ni por supuesto culturales ni económicos. Son fracasos individuales de unas personas a las que les cuesta subirse a la maquinaria del sistema (cada vez más restrictiva y por eso cada vez se necesita de más agentes y colectivos de control social). Además de señalarles con el dedo, no nos conformamos con esto, queremos que dejen de estorbar y para ello empleamos camisas de fuerza farmacológicas.
«Quizá tengas que estar en el pellejo de un diagnosticado para llegar a esta conclusión, pero nos gustaría que se pensara en ella con cierto detenimiento. Si el TAI se presenta como una espada de Damocles sobre la cabeza de los psiquiatrizados, quizá debiéramos comenzar a hablar en términos de castigo. Si alguien nos preguntara por qué estamos escribiendo esto, la respuesta más sencilla sería: porque el TAI nos da miedo. El miedo es consustancial al castigo y la violencia. La amenaza de perder tu dignidad, tu autonomía y tu libertad no puede ser algo concebido para nuestro bien, y desde luego no puede hacer nada por ayudarnos a Recuperarnos de nuestro sufrimiento».

En esta sección hemos reflexionado en varios artículos en torno a la adherencia terapéutica. Hemos argumentado que este acto comportamental de tomar o no medicamentos, cuya decisión es un derecho fundamental, básico (y por cierto, legal) del individuo, depende de múltiples factores. Esos factores nos conciernen a todos, y tienen que ver con el impacto de la experiencia medicamentosa en cuatro dimensiones: una dimensión biológica, una dimensión cultural, una dimensión subjetiva y una dimensión social. Tiene que ver con cuestiones perceptivas acerca de la verdadera efectividad de los fármacos, de su seguridad, de su impacto subjetivo. No es el propósito de esta sección analizar esta cuestión, que sería extensa de argumentar, pero sí puede que sea el propósito de esta sección canalizar toda esta energía juvenil que está desempleada, o está empleada pero ve su ejercicio profesional (que al final en muchos casos es su quehacer diario, es decir, su vida), haciendo cosas sin sentido, ni valor, ni, en definitiva, gloria. Entrar en contacto con grupos o colectivos que están sufriendo las consecuencias capitalistas (capitalismo como cultura y no sólo como doctrina económica) del abuso inmoral con medicamentos, puede buenamente encauzar nuestro potencial a algo más provechoso.
Creo que el hecho de que más de la mitad de los jóvenes en España (que además según dicen tienen una excelente formación) estén desempleados es un dato dramático, pero también es un dato interesante que debería provocar cierta agitación en los que sustentan el estatus quo. Representa mucha energía que está trabajando y moviéndose sin mantener ninguna dialéctica con el sistema productivo, sin jefes a quienes dar explicaciones, sin coartadas, sin abusos, sin condicionantes con «pagadores» que nos digan qué hacer y qué no, libres de pensar, libres de actuar, de luchar y de construir los cimientos de una nueva civilización. Puede que no tengamos dinero, pero tenemos tiempo y tenemos ganas. Y en este colectivo no saco ni meto a nadie según criterios de edad. Doy por hecho que la juventud es un estado (peligroso, jodido, interesante y súbito) del ser.

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