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  • Reflexiones sobre la farmacia urbana comunitaria

Las verdades salen a mi encuentro en muchas ocasiones y con frecuencia me debato y me revuelvo llena de no certezas y de porqués que quizá no lleguen a resolverse nunca. Las arenas movedizas de la epidemiologia preventiva urbana envuelta en boticas de desarrollo financiero, de promoción y educación en salud urbana, a veces generan una disyuntiva de problemas infinitesimales que a ojos de la gravedad mundial y de la intensidad de la vida económica y política resultan ridículas y absurdas.

Términos de patologías de una gravedad estadísticamente cuantificable de aumento de cardiopatías, de tumores, de enfermedades de baja incidencia pero de mucha difusión mediática, van generando el ocultismo de ciertas dolencias menores como, por ejemplo, inflamaciones posturales musculares, tirones del deporte, heridas domésticas de poca gravedad, catarros y rinitis alérgicas, agujetas, resacas por un día de exceso de alcohol, malformaciones de las extremidades inferiores, dermatitis sobreinfectadas que resultan irrisorias y que se recuerdan únicamente en los anuncios.
Por inculturación, desde los años 80 de la prevención en salud farmacéutica de la comunidad urbana, la gente sin consulta resuelve de forma inmediata y en sus hogares el fin de sus dolencias, generando un residuo de no salud que puede ser objetivamente cuantificable. Los individuos consideran concluidas esas patologías menores, pero desde la botica comprobamos que existe un aumento de patologías mal curadas. La inmensidad de las ciudades, con sus distancias insalvables aunque conformadas en mentalidad de los urbanitas, con casas invernaderos, balnearios de estancias domésticas, de participación en el deporte de un grupo de población de forma individual, han favorecido una rápida educación en salud, pero esta ha evolucionado hacia una promoción y prevención en salud doméstica urbana al margen de la farmacia comunitaria. En ciertos aspectos, la farmacia ha pasado a ser un obstáculo para el usuario, su talón de Aquiles, donde si demanda un remedio, el remedio que le aconsejan al urbanita informado no le convence; se ha pasado de la información en la farmacia, del consejo en salud, a cierto ego de los ciudadanos de las grandes urbes, de un aprendizaje que en lugar de acercar ha distanciado y que ha llevado de aprovechar las recomendaciones de botica a un impulso de resolución inmediata sin participación de los farmacéuticos comunitarios. Aunque ha aproximado el logro en salud preventiva –la gente en casa se trata, hecho que hace unos años era impensable–, en la actualidad cosmopolita esa mejora en preventiva aún no implica la intervención de los profesionales para la promoción de la mejora de esos males menores de forma definitiva. Los ciudadanos nos han ido excluyendo para ir albergando lo recomendado en su propio beneficio y en el de sus descendientes.
A fecha de hoy se están favoreciendo por parte de los usuarios situaciones mal curadas de heridas, torceduras, catarros residuales de años, automedicación, etc. Términos que los propios profesionales farmacéuticos de las ciudades silenciamos por la riña encubierta entre profesionales y usuarios. Ellos temen decir, ocultando que el aprendizaje ha sido favorecido desde la preventiva de salud del último siglo, y los farmacéuticos tememos aconsejar porque nuestros usuarios ya saben y nuestros consejos sobran o están de más.
Desde la farmacia la gente no fue, ni es, un medio para la botica para pasar información, fue y es un fin de aumentar la salud individual del usuario y por ende promocionar la salud de la población donde ese usuario se relaciona y, sin embargo, ha resultado que se han invertido los papeles y el fin de sus remedios que el individuo encontraba en las farmacias para resolver sus dolencias e insatisfacciones se ha convertido en el lugar de pesadumbre, de expresiones como «no hace falta salir», «para qué ir a la farmacia si sé cómo remediarlo», «pregunto en este foro y punto», «me leo una revista y se soluciona», «en la balda del súper tengo algodón y antiséptico», «tapo con un calcetín y a darme un paseo»...
Siendo boticaria con cierta parte de humilde verdad, musa de sus incapacidades, musa de sus desvelos, musa de la indecisión de sus padeceres a lo largo de algunos años de profesión y de observación epidemiológica urbana, de intentar lograr siempre la satisfacción del paciente y su cura definitiva, mi comportamiento profesional les ha generado certezas que a veces en lugar de aproximarles les han llevado a la autosuficiencia urbana, que, aun siendo un logro en atención farmacéutica, ha provocado mucho ocultismo resolutivo por parte de los ciudadanos. Los secretos figurados de remedios de botica se aprenden desde la farmacia urbana y el usuario es capaz de transformarlos en su propia autenticidad verbal de ir amoldando las circunstancias a su goce personal de remediar sin la participación del farmacéutico. Sin darse cuenta de que ese gozar en remediar y aconsejar aun en las dificultades tiene que ser sostenido en el tiempo y de una promoción en salud a largo plazo que aun el farmacéutico debe supervisar. Que el autocuidado que hemos logrado a lo largo de los años no desvincule en la eficiencia en salud, teniendo en cuenta que esta aproximación científica de opinión no es un panfleto divulgativo de remediar en papel, es un grito reivindicativo de una profesional de la salud urbana que aún mantiene el desarrollo epidemiológico urbano, donde la ciudad no es un conjunto de población aislada, anónima e impersonal. Donde el ocultismo de remediar individual disminuye la salud comunitaria urbana y donde los boticarios de las grandes urbes aún tenemos mucho donde participar. Los pequeños e invisibles malos tratos domésticos se hacen visibles en matices de comportamiento, donde aún en la sensibilidad los boticarios nos encontramos inmersos. Que una ciudad es inmensa en términos objetivos de población, de contenido de actividades, de número de viviendas, pero que aún cobija pequeñas ciudades invisibles novelescas en relatos de Ítalo Calvino donde la fantasía es metáfora de rincones donde las ciudades albergan sus sentimientos y que en vulnerabilidad en salud no hay más secretos que la verdad, donde esta es cierta siempre que se reduzcan los secretos y no por más estar informado quiere decir que se sepa y que el remedio siempre está más favorecido si se comparte en relación mutua entre el farmacéutico urbanita y el ciudadano. Que en el siglo XXI los malos tratos de remedios no concluidos siguen ocurriendo.
Una vez escribí que no he cejado en la intención ni en el deseo de seguir queriendo, de seguir alentando la salud de la población, redefiniendo las circunstancias, reflexionando sobre el futuro de los madrileños, una gran urbe que cada vez se amplía mas, donde los profesionales comienzan a no necesitarse y donde los usuarios comienzan a no necesitarse y todos intentan resolver al margen de los otros. Armándome de un valor profesional, aun siempre cobarde, mi formación farmacéutica me imprime de una valentía innata de la que me sorprendo a mí misma para reconducir los días, sentir y vivir las horas y disfrutar de instantes de felicidad de un Madrid de remedios y chascarrillos de botica, que son los que llenan mis recuerdos y que en los últimos 20 años han favorecido una filosofía preventiva de vida altruista y solidaria, social e intensamente pública de una ciudadanía que se dedica el tiempo en vivir pero no olvidando en impulsar siempre una relación comunitaria y en promoción de sustento del remedio compartido.

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