Paseando por la ciudad me he topado con un escaparate apetitoso, panecillos y cruasanes muy bien puestos, con un orden más de laboratorio que de panadería. Cuando me acerco más y compruebo que se trata de alimentos especiales para celíacos entiendo algo más de ese orden que me ha sorprendido tanto. Se trata de una farmacia.

Ese escaparate no es una novedad, ni mucho menos. La farmacia española se ha movido desde siempre, desde que dejó de ser esencialmente botica elaboradora de remedios, en ese terreno fronterizo que define un establecimiento sanitario que intenta buscar una buena (rentable) ubicación en el terreno que habitan los que ofrecen productos en el campo amplio de la salud y del cuidado del cuerpo y de la mente de los ciudadanos.
El objeto de esta descripción no es el objeto principal de este editorial. No es la función de estas palabras opinar sobre lo que conviene que las farmacias presenten en sus escaparates; en cambio, sí lo es la constatación de que el sector mantiene la inquietud por encontrar un modelo que le lleve al éxito.
Los últimos estudios del mercado farmacéutico dejan claro que en un entorno de crisis como el que estamos viviendo, un porcentaje no despreciable de farmacias crece. La pregunta es evidente: ¿cuáles son esas farmacias? Las que apuestan por aumentar su potencial comercial, las que amplían el espacio de exposición, las que aplican metodologías del marketing del retail y disponen de un equipo formado en esas técnicas. Eso no es opinable, es constatable.
Seguramente ese camino no sirve para todas las farmacias, pero esa realidad indica que cualquier otra propuesta que no quiera ser tildada de ilusa necesita del éxito para ser creíble y, además, no es conveniente esconder la cabeza delante de lo que ha demostrado que lo es.
Está llegando el momento en el que será imposible mantener la ambigüedad como estrategia, llegan días exigentes para todos.

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