En esta misma página hemos criticado muchas de las decisiones tomadas por la Administración en cuestiones que afectan al colectivo de las oficinas de farmacia y otras veces hemos querido ser un modesto altavoz del descontento del sector. Continúan existiendo muchos motivos para insistir en cualquiera de ambas cuestiones, pero hoy creemos oportuno apartarnos de este discurso para intentar aportar algún mensaje esperanzador.

Somos conscientes del limitado papel que una revista como El Farmacéutico puede tener en la difícil tarea de proporcionar argumentos capaces de generar optimismo en el seno de un sector castigado –como todo el país– por una crisis económica y por la gestión política de la misma, una combinación de factores que está haciendo cada vez más pesada la losa de desconfianza, desapego y temor que amenaza con agravar la ya de por sí penosa carga que significa la disminución del volumen de negocio y la rentabilidad, pero en los momentos difíciles, cuando la prosperidad va trasformándose poco a poco en un mero recuerdo, cuando el temor de perder lo que creíamos seguro va creciendo, cuando la incertidumbre va minando la voluntad de emprender nuevos retos, es importante tener valores a los que poder asirse para no sucumbir y a esos valores vamos a intentar referirnos en este editorial.

Las farmacias españolas están inmersas en un proceso constante de degradación de su negocio. De eso no puede existir ninguna duda, pero a la vez también es cierto que el binomio farmacia-farmacéutico continúa generando confianza al ciudadano que cada día, aprovechando su extrema accesibilidad, lo visita cuatro millones de veces, en busca de medicamentos, productos, servicios y consejos.

La labor constante de los farmacéuticos es una lluvia fina que va calando en la sociedad, seguramente sin la espectacularidad de las grandes campañas de sensibilización sanitaria, pero la cruz luminosa de las fachadas de las farmacias continúa siendo una referencia para los ciudadanos que buscan alguien de confianza que les asesore y la respuesta recibida va sumando agradecimientos que son su mayor capital.

El valor fundamental que aporta el farmacéutico en su farmacia es esa confianza que es capaz de generar a los ciudadanos en un tema tan fundamental como es la salud, y aunque algunos puedan pensar que se trata de un valor poco importante, incluso algo pasado de moda en los tiempos del Dr. Google, nada está más alejado de la realidad.

Los farmacéuticos están preocupados y confusos por la degradación constante de su economía, pero han de tener claro que tan importante es la defensa de esa economía como no dejar de incrementar lo que es su mejor capital, la buena valoración que de su labor de profesional sanitario hacen sus clientes.

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