Reza una sabia frase que los años no perdonan, y traspasar la raya del medio siglo ha ido pasándome su factura. Con el tiempo, lejos de acostumbrarme, el inmisericorde requerimiento del timbre de las guardias me desasosiega cada vez más. Violenta la quietud templada de las noches, ese casi silencio que constituye un auténtico premio tras una jornada larga y ruidosa. Graznido cargado de urgencia que se sobrepone al zumbido incansable de la nevera, al eco amortiguado del ascensor utilizado por algún vecino que trasnocha o al trepar cachazudo calle arriba del camión de la basura.

A veces ya lo espero, precedido del ronroneo de un motor que se detiene y de la portezuela de un vehículo que se cierra. Otras su impertinente estridencia me sobresalta sin previo aviso. Durante las primeras horas de la noche interrumpe unos momentos de lectura o cualquiera de las abundantes tareas burocráticas que salpican el quehacer de la farmacia. Más adelante es peor, porque me saca de esa especie de sueño imperfecto al que intento entregarme a falta de otro mejor. Un duermevela propio de quien se acuesta vestido y presto a incorporarse en cualquier momento. Antaño me resultaba suficiente descanso, pero a cada año que cumplo resulta menos reparador y el día siguiente se vuelve un poco más largo.
¿Te llaman muchas veces durante las guardias? La pregunta es recurrente entre mis amigos no farmacéuticos. La respuesta obligada es que depende. Y aquí es cuando llega su sorpresa, al pasar a explicarles lo curioso e ilógico de las variaciones en la demanda del servicio llamado «de urgencia». No entienden, por ejemplo, que la solicitud sea mínima o incluso inexistente a lo largo de una fría, lluviosa y desapacible noche de, pongamos por caso, un miércoles del mes de febrero. ¿Tal día como ése nadie se pone enfermo? ¿En función de qué el dichoso timbre multiplica su trabajo de forma notoria si se trata de un viernes o un sábado? ¿Cuál es la extraña razón por la que determinadas patologías (el dolor dental sería un estupendo ejemplo) se exacerban durante las noches del fin de semana?
La demanda estacional también sigue un patrón curioso que se repite año tras año. El lugar donde ejerzo, lejos de ser un destino turístico, más bien se vacía de buena parte de su población, que busca el bullicio de las localidades costeras o el sol de otras latitudes para escapar de la sempiterna neblina que suele enseñorearse de buena parte del verano norteño. Pues bien, construyamos ahora una gráfica, les digo. El número de veces que el timbre suena lo colocaremos en el eje de ordenadas y los meses del año en el de abscisas. Contra todo pronóstico, en función del descenso poblacional y la ausencia de patología respiratoria propia de épocas más frías obtendremos una vistosa campana de Gauss que marca su máximo en las plácidas y bonancibles noches estivales. ¿Alguien lo entiende?
– Oye, pero irá todo el mundo con su receta ¿no?
– Mira, mejor cambiamos de tema…

Destacados

Lo más leído