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  • El huevo frito

El huevo frito es un manjar de dioses. Lo sé. Seguro que muchos de vosotros tenéis otras preferencias culinarias, pero a mí me puede. No lo como a menudo, pero el día que se tercia y tengo la suerte de que esté en su punto justo, la mesa es una fiesta. Aún caliente, en su punto de sal, la yema de charol amarillo, lista para verter su jugo en la hogaza de pan; y la clara, blanca con las puntas rubias, es el marco perfecto para resaltar el lienzo. Todo eso es un huevo frito para mí.

Soy un aceptable gourmet y un pésimo cocinero; no sirvo ni para freír un huevo, pero distingo perfectamente la yema de la clara, y aunque para mí es difícil imaginar un huevo frito sin clara, tengo claro que lo mejor del huevo es poder mojar pan, y eso solo se puede hacer en la yema.

En eso de la farmacia, de la farmacia comunitaria, sucede algo parecido, al menos en mi opinión. Aquí y en la mayoría de las culturas, países y modelos, al fin y al cabo, la farmacia es como un huevo frito. Tiene su clara y su yema, pero es importante saber dónde nos conviene mojar el pan.

Hay muchas maneras de definir una farmacia, en función de factores profesionales, pero también de cuestiones relacionadas con las políticas –tanto sanitarias como generales–, y también del modelo económico existente en la sociedad en que esté ubicada. Pero, sea cual sea el contexto o entorno, lo esencial de la farmacia, lo que la hace diferente de cualquier otro establecimiento abierto y accesible al público, es la responsabilidad que la sociedad confiere al farmacéutico que está al frente sobre la buena utilización de los tratamientos farmacológicos. Diversas circunstancias influyen en la existencia de otros roles adicionales de la farmacia, ya sean profesionales o comerciales, lo que acaba de perfilar cada modelo, pero la esencial –la yema del huevo– es la que es. Nuestra principal preocupación debería ser la adecuación permanente de esa responsabilidad específica a las necesidades sociales, a la que deberíamos dirigir nuestros esfuerzos. Tan peligroso puede ser no profundizar en lo esencial como solo ocuparnos de lo adicional, suponiendo que lo esencial ya está asegurado. Cualquier estrategia sectorial no debería perder de vista el objetivo de asegurar nuestra responsabilidad en esa parcela, y no debemos dejar de aferrarnos a ese objetivo como a un clavo ardiendo.

Os confieso que los huevos revueltos también me los como, pero donde esté un buen huevo frito que se quiten los revueltos. Las cosas claras.

Lo esencial de la farmacia es la responsabilidad que la sociedad confiere al farmacéutico que está al frente sobre la buena utilización de los tratamientos farmacológicos.

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