John Singer Sargent (1856-1925) fue uno de los retratistas más cotizados de la alta sociedad. Cobraba 5.000 dólares por retrato, y hubo clientes estadounidenses que se desplazaron expresamente a Londres para que los retratara. Sus padres eran estadounidenses que vivían en Europa, como tantos protagonistas de las novelas de Henry James. Su madre sufrió una crisis nerviosa, la pareja viajó a Europa y se establecieron en París, desde donde se desplazaron por Francia, Alemania, Italia y Suiza. John nació en Florencia porque el matrimonio tuvo que quedarse en la ciudad a causa de una epidemia de cólera. Todos los retratistas de la época, como Tissot, Gervex, Courtois, Antonio de la Gándara, Sorolla, Casas y Madrazo, pintaban a las damas de la alta sociedad vestidas con sus mejores galas, sutilmente embellecidas pero jamás en poses sensuales que pudieran ofender los criterios estéticos de la clase alta. La carne femenina se ocultaba deliberadamente bajo suntuosos ropajes y deslumbrantes joyas. El modelo de la mayoría de esos artistas eran los retratos de las damas del gran mundo pintados por Ingres (1780-1867), entre los que sobresale el de Madame Moitessier, pintado en 1856 y conservado en la National Gallery de Londres.
Singer rompió ese cliché sólidamente establecido en el retrato de las mujeres de la alta sociedad cuando pintó a Virginie Amélie Avegno Gautreau, esposa del banquero francés Pierre Gautreau. El lienzo provocó un escándalo de tales proporciones que el pintor se marchó a Londres para librarse de las controversias en torno al cuadro, que se exhibió en el Salón de París de 1884 entre la indignación de los asistentes. Madame Gautreau posa orgullosa, con ostentación, desafiante, con un ceñido vestido negro de raso que contrasta sensualmente con la palidez de su piel, una característica de la mujer muy apreciada en la época. Madame X, como se conoce el cuadro, era una mujer sofisticada, famosa por sus infidelidades. Singer quería retratarla, como muchos otros pintores, y ella accedió, convencida de que el artista pintaría un cuadro en el que su belleza provocaría envidia y fascinación. Quedó muy satisfecha de su representación, en la que el tirante derecho se mostraba caído. En Le Figaro un crítico escribió: «Una lucha más y la dama será libre». Un tirante caído, que dejaba el hombro desnudo, fue considerado intolerable. Incluso intervino la madre de Virginie, pidiendo que el cuadro fuera retirado de la exposición. Singer se negó, pero modificó la obra y restableció el tirante en su lugar. Conservó el cuadro para sí y lo vendió al Metropolitan Museum of Art de New York, donde se conserva. Creía que era su obra maestra; hay fotografías del artista en su taller con el Retrato de Madame X ocupando una posición destacada. En Londres se conserva un estudio del cuadro definitivo, con el tirante caído.
Sin embargo, Madame Gautreau no quedó satisfecha con el episodio del tirante y se hizo retratar por Gustave Courtois, también de perfil, desafiante, con un escote pronunciado y el tirante caído y exhibido de la forma más explícita, como un renovado desafío. Esta vez la obra no produjo escándalo alguno. No satisfecha todavía, Virginie se hizo pintar nuevamente por Antonio de la Gándara, y esa nueva versión se convirtió en su retrato favorito. De perfil, lleva en la mano derecha un abanico de plumas y muestra parte de su espalda. El cuadro se conserva en el Gibbes Museum of Art, en Charleston, Carolina del Sur. La mirada masculina, cargada de deseo reprimido, convirtió el tirante caído de Madame Gautreau en un fetiche. El deseo masculino y la vanidad femenina han protagonizado muchas travesuras en la historia del arte.