Se habla de que la siguiente ola que vamos a sufrir es la psicológica y que va a afectar más a la gente joven, tan necesitada de relacionarse y de conocer a nuevas personas y tener nuevas experiencias, y que ha visto lastrada esa formación natural que todos los que tenemos más años pudimos recibir en su día. Esta pandemia va a ser larga, compleja, porque los problemas de nuestra psique tienen un periodo variable y extenso de incubación y, además, carece de PCR con la que establecer un diagnóstico preciso.
Hay también otra pandemia que no se ha visibilizado y cuyos fallecidos permanecen ocultos y sin contabilizar. Son los derivados de una atención precaria a las patologías crónicas por parte de los profesionales, de los diversos profesionales, a los que el sistema sanitario no les ha dado la oportunidad de hacer otra cosa por ellos que alargarles sine die sus tratamientos, sin la más mínima oportunidad de evaluar sus progresos, o sus retrocesos, por otra vía que no fuera una rápida llamada telefónica.
Durante este tiempo, la profesión farmacéutica se ha mostrado dispuesta a realizar pruebas diagnósticas para agilizar la identificación de enfermos por COVID-19, también para vacunar y descongestionar el necesario proceso de inmunización de la ciudadanía. Todo esto significa mucho, aunque en muchas cuestiones y en muchas comunidades no hayan aceptado nuestra ayuda en otra cuestión que no fuese prorrogar tratamientos. Sin embargo, he echado mucho de menos que no nos ofreciésemos para colaborar en el control y seguimiento farmacoterapéutico de esa gran mayoría de pacientes a los que hemos abandonado a las buenas de... los medicamentos.
Hubiera sido una oportunidad para reivindicarnos como profesionales de la salud, y más cuando hemos tenido tiempo, mucho tiempo para ello, desde que Hepler y Strand publicasen el artículo «Oportunidades y responsabilidades en Atención Farmacéutica» (1989) y la Fundación Pharmaceutical Care España lo tradujese al castellano (1999), o el Ministerio de Sanidad y Consumo definiese en su Documento de Consenso sobre Atención Farmacéutica lo que es el seguimiento farmacoterapéutico (2001).
Hemos dispuesto de no menos de 20 años para haber aprendido e interiorizado como profesión una práctica asistencial que necesitan los pacientes, y no solo ni la hemos aprendido ni interiorizado, sino que además a lo único que nos hemos limitado es a cambiarle el nombre cada vez que nos ha parecido.
Afortunadamente, para nosotros hay muertos que no se contabilizan, de los que ni mucho menos nos van a responsabilizar. Los malos resultados de la farmacoterapia al parecer no existen en España, no pueden con nuestros genes españoles, porque eso tiene que ser cosa de los anglosajones. Algo parecido a lo que algún lumbreras de apellido anglosajón manifestó, asegurando la impotencia de este virus chino frente a la genética hispánica. En relación con lo del virus ya saben lo que pasó, y bien que lo han sufrido compañeros nuestros; de lo otro, qué más da.
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