No, no voy a hablar de las subastas de medicamentos en mi tierra andaluza. O sí, pero de otro modo. Cuando una profesión decide ligar su remuneración a un producto, puede que llegue el momento en el que, con ese producto ya maduro y precio en caída libre, ni haya producto ni haya profesión.
Ese es el riesgo que se corre, y eso es lo que está pasando. Ni desde dentro ni desde fuera, el farmacéutico es el centro del valor: el medicamento o el establecimiento es secundario. Y cuando se habla de liberalizar y la gente se asusta, quizá lo que se está trasmitiendo es que el producto es el que da valor al profesional y no al revés. Por eso es difícil defender la ilegitimidad de las subastas de medicamentos para su principal consumidor, el Estado, sino es por... las reglas del libre mercado y la competencia. Bastante triste para una profesión.
En los albores de la atención farmacéutica, de los que no nos hemos movido por cierto, se decía que el cambio era pasar la orientación del producto al paciente. Yo creo que el verdadero giro no pasa por ahí, sino por pasar de una profesión cuya fortaleza era el medicamento como producto, a la fuerza del conocimiento. Las profesiones que se basan en productos tienen, como estos, fecha de caducidad; en cambio, aquellas que se sustentan en un conjunto de conocimientos específico están en continua evolución, y esa renovación les permitirá sobrevivir eternamente, eso sí, teniendo un ejercicio profesional que evolucione de acuerdo con el progreso de ese conocimiento.
Basar la remuneración del farmacéutico comunitario en un margen comercial de venta de un producto supone un suicidio programado; retrasar este debate y poner palos a la rueda de esta discusión es un tiro en el pie a nuestro futuro.
Remunerar el acto de dispensación por un margen comercial, para un profesional que se responsabiliza de garantizar que el paciente tiene la información necesaria para hacer un buen uso de los medicamentos, carece de sentido. No entiendo por qué mi responsabilidad sería menor con un ibuprofeno de menos de dos euros, que con un inhalador que vale más de ochenta.
Pero mezclar la remuneración de la dispensación con la de otros servicios profesionales también es un error que cometen los amigos del «pago por servicios». La dispensación exige su propio modelo independiente de remuneración, y tiene que ver con garantizar el acceso a los medicamentos, algo que sigue siendo igual de complejo con nuevos servicios o sin ellos. No remunerar servicios de alta responsabilidad como el seguimiento farmacoterapéutico y exigir que se realicen es un insulto a la profesión y una falta de respeto, además de una muestra de ignorancia en los políticos, por los beneficios que podrían revertirse en los sistemas de salud.
Dudar por parte de nuestros representantes profesionales en avanzar en el camino de la remuneración de servicios profesionales para un colectivo que tiene la capacidad de aportar mucho a la sociedad, supondría carecer de altura de miras para garantizar la supervivencia de la profesión.
Ya viene el sol. Y ahora que viene, lo que no podemos hacer es escondernos bajo tierra.