Sobre el año 340, en la colección de tratados matemáticos de Pappus de Alejandría aparece la famosa frase que dice: «Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo». Se le atribuye nada más y nada menos que a Arquímedes, uno de los científicos más importantes de la Antigüedad clásica y uno de los tres mejores matemáticos de todos los tiempos, junto con Einstein y Newton. Poco se necesita para tamaña empresa: un punto de apoyo y una máquina tan simple como una palanca, utilizada ya en la era prehistórica.
El otro día leía una frase escrita sobre un mapa del mundo, en la que habían tachado la preposición «en». La frase era «creo en el mundo», que sin la preposición resulta «creo el mundo». Entre ambas frases hay más que una preposición de diferencia, más que dos simples letras. Está reflejada la actitud frente a la vida. La primera, la contemplativa. La segunda, la proactiva.
No hace falta ser una mente privilegiada como la de Arquímedes para hacer que el mundo se mueva, para tratar de cambiar aquello que no nos gusta y hacer del mundo un lugar mejor. Y son los pequeños detalles (una preposición o la sencillez de una palanca) los verdaderos impulsores de los grandes cambios.
Atrás hay que dejar las expresiones del tipo «es que yo solo no haré nada», «para lo que va a servir...», «nadie lo notará...», etc., que utilizamos como excusa para no movernos, para no implicarnos.
Nuestro día a día está lleno de pequeñas palancas que, con el mínimo esfuerzo, provocan grandes cambios y hacen que el mundo se mueva y avance hacia un estado mejor. Y en nuestras manos está vivir la vida con o sin preposición: el farmacéutico que no se conforma con cumplir y asiste a cursos y conferencias en su tiempo libre, buscando estar lo más preparado posible y ofrecer las mejores soluciones a sus pacientes; la farmacéutica que, tras cumplir sus obligaciones en su oficina de farmacia, dedica parte de su tiempo libre a implicarse en los órganos colegiales para contribuir a la mejora del colectivo; el farmacéutico que, una vez finalizada su jornada laboral, imparte una charla de educación sanitaria en el centro social de su barrio para mejorar los conocimientos de la comunidad a la que sirve; la farmacéutica que ayuda a solucionar un problema burocrático, no farmacéutico, de un paciente que no sabe cómo actuar o adónde ir; el farmacéutico que acude a casa de un paciente para tomar un café y hacerle un poco de compañía...
Pequeños cursos, reuniones que nadie agradece, horas de carretera, charlas que sólo unos pocos conocen, soluciones que despiertan sonrisas, compañía, tiempo... Todas estas cosas podemos abordarlas cargando con la preposición, como una rutina («ahora me toca el curso», «uy, que viene la pesada de los viernes a por sus medicinas», «menudo coñazo de reunión»...), o liberándonos de la preposición, con ganas de cambiar las cosas y mejorarlas. Y es que, por muy insignificante que parezca, una preposición lo cambia todo.