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Un vaso de agua

Un vaso de agua. En verano, en las vacaciones de verano, bajo la tremenda presión solar de divertirse obligatoriamente todos los días en lugares predeterminados, son las cosas más sencillas las que nos sirven de consuelo.

Un vaso de agua
Un vaso de agua

Por ejemplo, un vaso de agua. Aunque pocas cosas más complejas que ¿un vaso de agua o un vaso que contiene agua? No un vaso de madera, pero sí un vaso lleno o con sólo unas gotas de agua. Ese hache-dos-o esencial para la supervivencia de todas las formas conocidas de vida, y sin el cual el a-de-ene no se replica. Nuestro cuerpo, como la superficie de la corteza terrestre, es agua en más o menos las tres cuartas partes, y pone en evidencia lo de somos polvo y en polvo nos convertiremos. Toda referencia al agua es, desde el Génesis, de lo más compleja: mientras creaba el mundo, «el espíritu de Dios flotaba sobre las aguas». El mar primordial, la sopa oceánica y el agua trinitaria, gas que se evapora y sólido que incluso en forma de cubitos flota sobre el agua. Complejidad que se inicia ya en su denominación, sustantivo femenino al que se antepone el artículo «el» en singular y «las» en plural: el agua y las aguas. Capricho gramatical en busca de la eufonía, si el sustantivo femenino comienza por «a» tónica se antepone «el», como en el hacha, el aula y el agua tónica. No en la agüita.
Algo tan incoloro, insípido, inodoro y débil como para afirmar que «el agua desgasta la piedra» y que «el agua pasada no mueve molino». Como para generar una enciclopedia de paremias o un código de conducta. A bote pronto, alguien puede incluso ahogarse en un vaso de agua. Agua que no has de beber déjala correr, pero algo tendrá el agua cuando la bendicen. Cuando bebas agua acuérdate de la fuente, pero nunca digas de esta agua no beberé. Nacemos así, rompiendo aguas, por eso si ves un sendero verás una gota de agua y más vale que, cuando bebas un dichoso vaso de agua, te acuerdes de la fuente. Difícil que hoy un niño se acuerde de una fuente pública o un manantial de montaña, el agua sale de una botella con un nombre de marca registrada, y el abuelo recordará que, en su tiempo, en botella sólo las aguas minero-medicinales, y de todas ellas sólo una analizada por los doctores Ramón y Cajal (el plural es del nieto). En la abundancia de agua el tonto tiene sed, pero el verdadero problema actual es que la abundancia desapareció hace mucho, el agua dulce o potable es ya un bien escaso. Hace mucho, tanto como para que en España existan unos veinte ríos con el nombre de Seco y uno con la fatídica nominación de Sed. Casi un tercio de la población mundial tiene serios problemas de abastecimiento de agua potable, y en Europa nos duchamos una o más veces al día: para ese tercio de población el nacimiento de un niño europeo es una auténtica bomba ecológica. Pintada cínica pero veraz: «Ahorra agua, dúchate con tu vecinita». Pintada cazurra: «Agua, sol y basura y cágate en los libros de agricultura».
El agua es la vida y de ahí la simultánea complejidad y disfrute que producen, esa simultánea contradicción que asumimos como filósofos autodidactas: sabemos que no podemos bañarnos dos veces en el mismo río, pero sí tropezar dos veces (si sólo fueran dos) en la misma piedra. Sólo siendo agua se dejará de tener sed, y nuestras vidas son los ríos... Esas paremias de los ríos: «Agua de Duero, caldo de pollo». Y ese grito de guerra juvenil que a saber su origen: «¡Agua, que se quema el río!». Ese consuelo inabarcable de la sonrisa de un niño, la charla con los amigos, la puesta de sol con la promesa de un rayo verde y un vaso de agua. No se debe brindar con agua, pero nunca tan certero: ¡salud!

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