Menorca es una isla recatada, llena de secretos que conocen bien los menorquines y que para muchos visitantes pasan desapercibidos. Sus monumentos «talaióticos» son más numerosos de lo que se supone, y el aficionado puede recorrer la isla en busca de esos restos arqueológicos, en general muy bien conservados y algunos poco o nada visitados.
Otra sorpresa es el Camí de Cavalls, que permite recorrer a pie toda la isla como si fuera un inmenso camino de ronda, pasando por las playas y paisajes más bonitos y solitarios de la isla. Hay todavía playas vírgenes y otras no tan vírgenes, pero casi, aunque de ambas no diré nada, pues no me conviene verlas frecuentadas. Hay calas diminutas, y otras donde en vez de arena hay enormes piedras redondas, como si fuese una playa para gigantes. Hay pueblos casi desconocidos, apartados de la carretera general, como Ferreries, que oculta callejuelas preciosas y exposiciones de los muchos artistas que allí viven y que exponen en sus casas, costumbre que también se respeta en Ciutadella, la ciudad más aristocrática, llena de palacios y edificios monumentales, algunos de ellos reconvertidos en hoteles urbanos con encanto, y en los que se come de maravilla.
También el puerto de Mahón es una sorpresa, por más que casi todo el mundo sepa de su importancia. Lo que no conoce todo el mundo es su enorme belleza. Allí viven los más afortunados de los mortales, con casas coloniales o contemporáneas, con vistas sublimes y muchas de ellas con escaleras que conducen al muelle particular.
Y otra sorpresa de gran calado es el Teatro Principal de Mahón, el teatro de ópera más antiguo de España, una «bombonera» perfectamente conservada y en activo. Allí tuve el placer de ver hace años La Cenerentola de Rossini, interpretada por Carlos Chausson y Vivica Genaux, dos de mis cantantes favoritos.
Pero quizás el mayor secreto sea la Illa del Rey, un islote al que hay que llegar en barco, donde los ingleses instalaron su hospital naval, más tarde utilizado por los españoles como Hospital Militar de Mahón. Hasta hace poco, era una ruina que parecía irrecuperable. Entonces se produjo el milagro: un grupo de mahoneses enamorados de su villa, entre ellos muchos farmacéuticos, restauraron por su cuenta el edificio, trabajando los días festivos. Más tarde la administración les apoyó, y hoy en día es un monumento que puede visitarse pagando una módica entrada. Es un secreto que contiene otros muchos: la casa del gobernador, la botica, el jardín de plantas medicinales, las salas para los enfermos, la iglesia anglicana, una colección de arena y moluscos de todo el mundo, una sala en recuerdo de los marinos británicos que murieron cuando su barco, el Roma, fue bombardeado por los alemanes.
Tuve el placer de estar con mis amigos menorquines, hace muy poco, en la presentación del Formulario Cirujíco para uso del Hospital Militar de Mahón, escrito por el médico Manuel Rodríguez y Camarazana, 1808, editado en 2014 gracias a la generosa contribución de la Fundación Uriach 1838, con prólogo de una farmacéutica implicada en el proyecto desde sus orígenes, M. Gracia Seguí, y un estudio descriptivo de mi amiga, la catedrática de Historia de la Farmacia Ana María Carmona.
Allí, en la conferencia que di en otro lugar sorprendente, el Ateneo Científico de Mahón, tuve la hasta cierto punto osadía no sólo de comentar el libro, sino de recordarles a los mahoneses que su puerto es el factor geográfico decisivo en su historia, en la sorprendente vida cultural y comercial de la ciudad y en la existencia del Hospital Militar de la Illa del Rey y también del Teatro Principal. En el siglo XVIII, ser por tres veces colonia británica y una vez colonia francesa favoreció el comercio, la cultura y la sanidad, y Menorca alcanzó una prosperidad que no hubiera tenido si su mayor joya, el puerto natural de Mahón, no hubiera sido, con Gibraltar, la plaza más codiciada por franceses y británicos.