Escribo este artículo cuando parece que las aguas liberalizadoras de la farmacia, que se revolvieron de forma nada inocente el pasado 28 de diciembre, parecen volver a su cauce. Tras la alarma inicial, he visto como en foros y organizaciones profesionales se ha defendido nuestro modelo de farmacia por su carácter sanitario, a diferencia de otros sistemas extranjeros, que se tienen por más comerciales. Me ha faltado escuchar el grito de ¡Santiago, y cierra España! para retrotraerme a épocas más oscuras de este país.
Me han espantado los argumentos en defensa del modelo español. Que yo sepa, no creo que los farmacéuticos comunitarios de países con sistemas menos intervenidos sean menos profesionales. No tengo por tales a los farmacéuticos ingleses u holandeses, por poner un ejemplo, al igual que poco sé por las investigaciones de franceses o italianos.
El gran problema de una liberalización de las farmacias es que el dinero cambia de manos. Pasa de ser de más de veinte mil pequeñas empresas, que generan un importante número de puestos de trabajo y situadas por igual en cualquier barrio o población, a un número pequeño de grandes empresas, que, si son multinacionales, además restarían soberanía en un bien esencial como es el medicamento.
Conozco esta historia, la veo desde hace años en América Latina. Pero todos la podemos ver en otros sectores en nuestro país. Desde Margaret Thatcher, todos conocemos bien lo que ha pasado en Europa. Ha sido una gran mentira que las liberalizaciones hayan traído bajadas de precios o más puestos de trabajo. Peor aún, por cada puesto que se ha creado en una gran superficie, por ejemplo, se han destruido unos cuantos en las pequeñas empresas que constituían el tejido familiar y la cohesión social que teníamos. Pero esto quizá no sea nada más que ideología.
El modelo liberal de farmacia llegaría cuando ya nadie, que no tenga un as bajo la manga, cree en las liberalizaciones como modelo de desarrollo económico. Ya se ha visto para qué ha servido la desregulación del mercado laboral. No para crear trabajo, sino para que las grandes empresas de este país destruyan el que había.
No encuentro motivos para defender el modelo de farmacia actual, si no es porque creo en un estado social, en el que la pequeña empresa, la economía de cercanía y la cooperación sean su esencia. Sin embargo, y sí que he escuchado poco al respecto, entiendo que lo que hay que defender es un modelo de farmacéutico, y eso hay que hacerlo reclamando responsabilidades, para poder resolver la sangría económica y social que supone, para nuestra sociedad, tener que seguir soportando las consecuencias de una farmacoterapia muy deficiente en cuanto a sus resultados. Los farmacéuticos estamos capacitados para dar respuesta a este problema y poder cauterizar esa herida, pero para ello necesitamos un nuevo modelo de farmacéutico. Un nuevo modelo que recoja y defina responsabilidades, ámbitos de actuación y, por supuesto, un nuevo modelo de remuneración, que permita la actuación profesional independiente para atajar el problema. Y esto, con nuestros representantes actuales, lo tenemos muy difícil, no de conseguir, sino de defender ante cualquier foro. Tela de difícil.