Por eso el niño viene con un pan debajo de un brazo y con nada debajo del otro, la nada no existía antes de la aparición del hombre y de ahí la fascinación que nos produce. Solo sé que hacer una frase con «nada» es imposible, se necesitan las palabras, pero la frase «nada es imposible» es una cita tan estimulante como la nada misma. El vacío es un espacio en el que no hay absolutamente nada, pero de existir la realidad ¿puede existir la nada? En cualquier caso, y en sentido estricto, «no hacer nada» sería hacer algo. Pues bien, con el paso de las aguas y del tiempo, acabo de descubrir mi enorme capacidad para perder las horas haciendo nada, dulce sabiduría. O sea, o por ejemplo, darle vueltas a nada. Dejándose llevar: «La nada no es una página en blanco, sino una página ya escrita, releerla sin agobios de censura o reprimenda, y saber que en la perfección ideal tanto monta, y no se cansan, la magdalena de Proust como la manzana de Newton». Así me llegan libros con colaboraciones de antes y descubro que mi capacidad ya venía de lejos, de cuando creía ganar tiempo en vez de perderlo. Pongamos Moby Dick, la atracción del abismo, deliciosa mezcla de cómic y ensayo riguroso: mi aportación se reduce a la esencia del asunto, el tamaño sí importa, y la pregunta esencial es, ¿cuánto pesa esta ballena? Según mis cálculos, y esta es mi gran aportación al tema, pesa aproximadamente 132.501,85 kilos y mide 23,77 metros. Aportación secundaria es su sabor, a medias entre merluza y ternera. El dulce no hacer nada se ha generalizado como dolce far niente, expresión italiana para denotar esta refinada holgazanería, pero conceptualmente no es mi caso pues no conlleva relación alguna con el ocio, tampoco con el vacío o miedo a la soledad, tampoco con el aburrimiento y mucho menos con el reposo del ocupado. He descubierto un encantador, a la vez productivo e improductivo, estado de ánimo, en el que me pierdo como ese fraile al que escuchando el trino de un ruiseñor se le pasó un siglo. No improductivo pues jamás hombre alguno sabrá tanto sobre el canto del ruiseñor como él. No productivo para su comunidad conventual, claro. Estoy encantado con mi descubrimiento y más cuando pienso en las virtudes dominantes de mi comunidad nacional: corrupción, incompetencia y desidia citadas en orden inverso a su importancia. Pensando en ellas resulta aún más dulce este nadar. Somos agua y tiempo, única materia y único concepto capaces de transubstanciarse por triplicado en sólido, líquido y gaseoso, en pasado, presente y futuro. Arte real y supremo es este dejarse llevar hacia lo intangible, la nada de la que hablo en el resto de la tertulia/página en blanco.