Tsunami, el eterno retorno

La naturaleza siempre vuelve, con caligrafía zen nos desgrana y define los tres principios de la termodinámica en que vivimos, «no puedes renunciar al juego, no puedes empatar, no puedes ganar», y en las islas del sol naciente con paciente insistencia búdica. 

Hay que estar durmiendo en casa para soñar que quien te despierta es un terremoto, no, es un tsunami, no, es una catástrofe nuclear. Se mueve la tierra y de seguido se remueven Hiroshima y Nagasaki. Con la fascinación que produce la serenidad de sus habitantes la inquietud de cómo mi Japón ideal siempre está vinculado a un pánico oscuro, o quizás en cómo en mis miedos ancestrales se alarga la sombra de Japón. Lo que hoy está ocurriendo en los infinitos reactores de la centra nuclear de Fukushima lo sabemos, lo que va a pasar mañana es la pesadilla que ya hoy estamos soñando, y lo que haya ocurrido para cuando esta tertulia salga a la luz cruzamos los dedos y que Dios reparta suerte. Mi inquietud instintiva proviene de un reiterado sueño de juventud vinculado a Japón, por reiterativo y porque es rarísimo en el imaginario onírico concretar la geografía con nombres propios. Helo aquí:

Exterior. Noche. Conduces por la autopista, el tráfico es densísimo y la visibilidad defectuosa, llueve a cántaros, caen capuchinos de bronce, dicen en tu pueblo, el limpiaparabrisas no puede con el diluvio. Has de llegar a las diez en punto a tu cita en el hotel Ocurra, cuya dirección postal es 2-10 Toranomon, Minato-ku, Tokyo 105.8558, Japan. El más mínimo retraso supondría una catástrofe en la que no quieres pensar. Las luces de frente te deslumbran, o llevan las largas o son suicidas, dilema nimio porque en cualquier caso no ves y si vieras de nada te serviría. Los paneles indicativos no están escritos con letras sino con ideogramas, no sabes japonés y no sabes dónde te encuentras. Las flechas son contradictorias, no sabes si conduces por un bulevar periférico o si estás en una vía de acceso al centro de la ciudad. Quizás en un callejón sin salida. Has de llegar en punto y apenas te queda un cuarto de hora. Aun en el centro no sabrías orientarte, no conoces la ciudad y a quién preguntas y en qué idioma. Los anuncios son bellos e indescifrables jeroglíficos. Supones que sí, que esa constelación de luces es Tokio, pero aun siéndolo sería como dar con una aguja en un pajar. Si no llegas al Okura a las diez en punto estás perdido. Te han dicho que está frente a la embajada de España pero de nada te vale esa información, nunca antes habías estado en Tokio. Quieres sobreponerte a la angustia, aceleras.

Está claro que mi angustia noctámbula es un juego de niños comparada con lo que está ocurriendo y no digamos con lo que aún puede ocurrir, pero su aire de metáfora no deja de ser significativo. Tsunami es palabra japonesa que todos sabemos lo que significa y en la mitología japonesa es la cólera desatada de Namazu, un pez gigante que duerme bajo la tierra. Lo que nadie sabía ni suponía es que fuese a llamar tres veces seguidas con cada vez más ira. Un pueblo de diez mil habitantes ha desaparecido del mapa pero el mapa aún existe. Un Instituto de Geofísica y Vulcanología calcula que el eje de rotación de la tierra se ha desplazado diez centímetros, pero la Tierra sigue girando. Esa es nuestra única esperanza ante tanto retorno, no podemos ganar la partida pero podemos alargarla sine die. Nada hay nuevo bajo el Sol (naciente o poniente) y, sin embargo, tras cada nuevo coletazo de Namazu decimos convencidos: «Nada volverá a ser como antes». Convencidos de que vamos a mejorar todas las circunstancias en que se apoya nuestra siempre precaria felicidad. Mi amiga Esuko tiene a su familia en Japón y es ejemplo de serenidad para todos nosotros. El horror, es el horror, estará decidido cuando tú, querido tertuliano, termines de leer esta página.

(Continuará)