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Se cumple el ciclo anual en que celebramos tertulia con el Premio Nobel de Literatura recién concedido, este año con la bielorrusa Svetlana Alexiévich, de quien nada habíamos leído y en la que quizá sí se haya cumplido ese perverso dicho de «alguien a quien apenas conocían en su país pasa de inmediato a ser mundialmente desconocido», y en nuestro ánimo el retrogusto de un amargo sabor ya experimentado.

La Academia Sueca la reconoce en «sus escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo» y sin decirlo con estas palabras al desmontaje de los totalitarismos y utopías de la Europa comunista. En palabras de la galardonada: «El totalitarismo afecta a los verdugos y a las víctimas, seguimos viviendo el traumatismo que supuso la URSS, todos estamos anclados en la experiencia soviética. Escribo sobre ´el hombre rojo´, sobre la utopía que duró más de setenta años y los más de veinte que estamos necesitando para salir de ella». Todos los niños pierden la guerra, la pierdan o ganen sus padres. Voces de Chernóbil es el único libro editado en español cuando gana el premio y ahora mismo lo estoy hojeando/ojeando/devorando: «Cierra las ventanillas y acuéstate. Hay un incendio en la central. Volveré pronto». Esto fue lo último que un joven bombero dijo a su esposa antes de acudir al lugar de la explosión. No regresó. Dice la autora: «Yo escogí el género de las voces humanas, yo construyo mis libros y los recojo de la calle. En ellos, diversas personas reales hablan sobre los diferentes acontecimientos de su tiempo (…) y todos juntos reflejan en sus palabras la historia del país, la historia común. La vieja y la más reciente. Y cada uno la historia de su pequeño destino humano». En este Chernóbil tan plagado de tragedias personales, algunas tan heroicas, y de negocios tan sucios como el de la leche contaminada que terminó repartiendo gratis la Cruz Roja entre los niños pobres de México, ¿recuerda alguien la tertulia?, el estilo de Svetlana se nos muestra puro y deslumbrante periodismo, como aquel con el que nos incendió en la adolescencia Oscar Lewis con su Los hijos de Sánchez, algo que ya adultos se trasformó en el nuevo periodismo de Truman Capote con su A sangre fría. Pero el libro que nos hará meditar a los españoles, que quizá ya esté en las librerías cuando estés leyendo esta tertulia, es Tiempo de segunda mano: el final del hombre rojo, el final del ´homo sovieticus´ moldeado tras tantos años de dictadura. La manera en que vivía dentro del alma de la gente, eso de que todos los niños de la guerra son supervivientes morales. El alma o ánimo de la gente, ese pequeño espacio de la gente donde todo ocurre y donde cuesta tanto reconocer que si es nuestro no será tan malo, ¿recuerda alguien lo de «estoy con los míos, con razón o sin ella»? Confío en que sólo sean recuerdos de los muy veteranos. Me remordía la conciencia no haber leído nada de ella y me perdona en parte cuando reconoce a su compatriota bielorruso Vasili Bykov, ya fallecido, como uno de sus maestros literarios. A Bykov sí le conocí fugazmente, en Yaroslov, la ciudad de un millón de iglesias, tengo su El signo de la desgracia cariñosamente dedicado y lo supongo cariñoso por el tono del encuentro, no porque haya podido traducir la dedicatoria, y porque la mía también fue muy afectuosa con ese superviviente de la Gran Guerra Patria: «Su evolución, junto con la perestroika, forma parte de esa niebla humana existencial que no suele avanzar en línea recta». Regalos de la memoria, me alegro por Svetlana Alexiévich y le agradezco el regalo de sus páginas que voy descubriendo: «Escribo, recojo las briznas, las migajas del socialismo doméstico e interior…». Pongamos, sin ánimo reduccionista, páginas del nuevo periodismo post-soviético.

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