El desarrollo de la ciencia positivista posibilitó un salto cuántico en nuestra aproximación al mundo, y la magia y las religiones quedaron relegadas a una cueva oscura del Medievo. Efectivamente, como dejó bien claro Nietzsche, ya estaba bien de que la humanidad continuase sumida en la opresión, la ignorancia, y el miedo. El hombre tenía que despertar y para ello debía asomarse a su propio abismo existencial, y desde ahí, desde esa máxima moral, asesinase todo cuanto lo seguía paralizando en el terror: Dios, las religiones, los opios del pueblo y anestésicos circenses, todo, lo que no permitiese asomarse al gran abismo del averno, para desde ahí trascender.
La humanidad evolucionó iniciando una escisión entre conocimiento científico y fenomenológico. Lo que Ken Wilber viene a decir es que después de la fusión inicial del conocimiento, una vez agotada esta cosmovisión, la humanidad se sumió en un trabajo de escisión. Es la fase en la que la medicina hegemónica se encuentra en la actualidad. La relación de causa-efecto continúa plagando los estudios en farmacología humana, donde todo efecto científico y válido es aquel que se explica por la unión del fármaco con un receptor molecular y la cascada de eventos biológicos resultantes. Seguimos concibiendo el sistema biológico humano como un circuito cartesiano y secuencial, donde un fármaco tiene la capacidad de alterar dicho circuito de forma duradera. Humberto Maturana y Francisco Valera ya pusieron de manifiesto en los años setenta del siglo pasado que este entendimiento de la biología era una falacia. Un sistema biológico se define por su capacidad para crearse a sí mismo y reorganizarse ante un desequilibrio que el sistema trata de que sea transitorio para mantener una organización mínima viable. El sistema biológico es una red en adaptación constante y no un circuito en efecto dominó.
Si Ken Wilber lleva razón acerca del concepto de evolución cósmica (y humana), el siguiente paso que debería dar la farmacología clínica es volver la vista sobre sus miembros olvidados. Es decir, recuperar el concepto de «remedio» e integrarlo (no fusionarlo, ya que eso sería volver a la pre-historia) en el concepto de tecnología farmacológica. Una y otra vez la dimensión «remedio» se expresa en lo que la ciencia positivista denomina «efecto placebo», y acto seguido lo desdeña como una familia de la que una vez formó parte pero ya quedó claro que eran los conservadores y cobardes del grupo: los equivocados. Sin embargo, los ensayos clínicos en psicofarmacología muestran tasas de respuesta a placebo más altas que las atribuibles al efecto farmacológico puro, y del orden del 60-80%.
En efecto, el proceso terapéutico empleando un fármaco tiene una parte «científica» que tiene que ver con la interacción molecular y el desequilibrio bioquímico transitorio que desencadena. Esta parte está sobredimensionada, sobre todo porque no tenemos pruebas científicas acerca de la durabilidad de este efecto con ninguna clase farmacoterapéutica, pero, según el modelo vigente de la biología propuesto por Maturana y Valera, los fármacos ocasionarían un efecto indirecto de adaptación biológica compensatoria al efecto directo, lo cual repercutiría en última instancia en una pérdida de eficacia a largo plazo de los fármacos. En cualquier caso, se esté o no de acuerdo con este paradigma, la durabilidad de los efectos de los medicamentos es un área de incertidumbre donde la ciencia farmacológica clínica no ha llegado.
Afortunadamente, el proceso terapéutico con el uso de fármacos no tiene únicamente esta vertiente biológica. Tomar un medicamento tiene correlatos vivenciales, emocionales, culturales y sociales que interaccionan constantemente con el biológico. Por ejemplo, la empatía y relación terapéutica y humana que como pacientes entablemos con nuestros médicos, enfermeros y demás sanitarios, tiene un valor terapéutico que en incontables ocasiones se pone de manifiesto (ver por ejemplo las revisiones Cochrane acerca de los beneficios de la Terapia Sustitutiva con Nicotina en la deshabituación tabáquica cuando este contacto humano se da y con respecto a cuando no se da).
También hay un correlato psico-mágico cuando, por ejemplo, un farmacéutico elabora una fórmula magistral, esto es, un remedio único para un paciente que él mismo le proporciona en el contexto de una relación farmacéutico-paciente. Es indiscutible que esto proporciona valor terapéutico además del puramente farmacológico y que se manifiesta en los ensayos clínicos a través del efecto «placebo».
Y pregunto: ¿es ético no permitir que un paciente encuentre la dimensión de remedio en el arsenal farmacotécnico que empleamos?, ¿es ético que le digamos: mire usted este fármaco tiene una dimensión «remedio» que podría añadir un 30% de valor terapéutico, pero como es una parte de la terapia «no científica», pues usted no se va a beneficiar, se jode en su dolencia, porque es que nosotros somos científicos, sabe usted?
Porque claro, si nos ponemos ortodoxos en cuanto al entendimiento científico-farmacológico, pues seamos coherentes y retiremos del mercado el 80% de las nuevas comercializaciones que no suponen un avance farmacotécnico.
Todo esto para decir que los farmacéuticos, en mi opinión, estamos perdiendo y además incurriendo en un error epistemológico cuando escindimos el remedio del frasco farmacotécnico. También creo que esto no es ético: he estado en contacto con innumerables pacientes que se han beneficiado de efectos psico-mágico-culturales para apaciguar sus dolencias. Por último, creo que no estamos entendiendo del todo el paradigma epistemológico del siglo veintiuno, y que según la concepción evolutiva de Wilber pasa por integrar. Para hacer esto hay que dejar de jerarquizar el conocimiento en una fila de «válidos» y otra fila inferior de «inválidos». El conocimiento es algo sagrado y yo diría que siempre escaso. No estamos para desechar conocimiento, ni menospreciarlo.
La evolución, el progreso, pasa porque estemos a la altura de integrar el componente «remedio» con el componente «farmacotécnico», y así devolver a la humanidad un valor terapéutico pleno para sus dolencias.