Existe unanimidad en que China es el gran laboratorio del futuro. La República Popular China, llamada a ser la primera potencia económica, política y cultural del mundo, se fundamenta en un principio contradictorio, algo muy del gusto del pensamiento oriental, donde según los principios del Tao una cosa puede ser al mismo tiempo su contraria. Occidente, en cambio, está basado en la lógica aristotélica: si A es distinto de B, A no puede ser B. En el Tao, A y B pueden mezclarse, separarse, identificarse para distanciarse luego, nada impide que una cosa sea su opuesta. Los opuestos coexisten negándose, y tienden, por enantiodromía, a convertirse en su contrario.
China es la culminación de la conjunción de los opuestos que tanto estudiara el viejo y cínico Jung. El Partido Comunista controla todo el poder no para construir el socialismo y abolir el capitalismo y llegar a la sociedad sin clases, sino para conducir a la sociedad hacia un capitalismo feroz y voraz que supere al capitalismo occidental. Marx enloquecería si resucitase, y Mao buscaría, sin encontrarlos, a los Jóvenes Guardias Rojos.
El arte florece en épocas contradictorias y confusas, es un tiburón blanco que olfatea la sangre que emanan los sistemas en los que conviven las virtudes públicas con los vicios privados. El Siglo de Oro español se alimentó de las contradicciones de una sociedad imperial y al mismo tiempo arruinada, donde convivían la Inquisición, la Corona y la picaresca.
Los artistas chinos se alimentan de las contradicciones de su sociedad. Desde Pekín, sin necesidad de emigrar a Occidente, captan cuanto sucede a su alrededor y lo convierten en un arte que arrasa hoy en los mercados, los museos y las exposiciones. El primer gran movimiento del arte contemporáneo chino que alcanzó un éxito artístico y económico mundial fue el denominado realismo cínico chino: Fang Lijun y Yue Minjun captaron como nadie el absurdo de su sociedad. Una sucesión de hombres que se ríen a carcajadas grotescas incluso cuando son fusilados. Ríen, olvidan, se enriquecen y evaden. Shi Xinning colocó la imagen en gris de Mao junto a los Beatles, Marilyn Monroe, Grace Kelly, Audrey Hepburn o James Dean en el mundo de las fiestas y cócteles de Hollywood, como un extraterrestre que se había autoinvitado. Wang Guangyi coloca a un triste y oscuro Mao entre barrotes. Zhang Xiaogang llena sus óleos de parejas tristes, inexpresivas, solitarias, a veces con su único hijo, que han tenido siguiendo la política demográfica del Partido. El silencio, la seriedad, la rigidez, la indefensión sustituyen a las risas crispadas y neuróticas que pueblan las obras de Yue Minjun. En los cuadros de Xiaogang los personajes, más que soñar, son soñados, son su propia ensoñación. Las miradas son vacías e indescifrables. En ocasiones, el retratado es un militar sin pantalones que enseña un minúsculo pene infantil. El hermetismo es total, la incomunicación absoluta, sobre todo cuando ríen al unísono en los lienzos de Minjun.
La tensión es un escenario óptimo para los artistas y en ningún lugar hay tantas tensiones como en China, tantas contradicciones artísticamente productivas y enriquecedoras. El Partido Comunista, tras mirar con recelo a sus artistas contemporáneos, los estimula y exporta, se enriquece con ellos y los utiliza para mostrar la desbordante creatividad artística de los chinos, siempre que no den el temerario paso de enfrentarse al Partido. Pocos lo hacen. Instalados también ellos en otra forma de realismo cínico, hacen lo que más adoran los artistas: crear su obra, original y única, y enriquecerse con ella. La floreciente y dinámica República Popular China no solo es un gigantesco laboratorio económico y tecnológico; es también el laboratorio del mejor cinismo individual y colectivo, enormemente creativo, genial y productivo.