Ninguna profesión es lo que es, sino lo que podría llegar a ser si la dejan. De modo que, tanto para lo bueno como para lo malo, las posibilidades de un colectivo, en el ejercicio de esa actividad específica que la distinga de otros, son múltiples y diferentes en función del enfoque que se le desee dar.
Esta frase me desveló una madrugada de jet lag en México, mientras trataba a duras penas de conciliar esa bipolaridad que produce un viaje transoceánico reciente, en el que hay que convivir como se puede con el hecho de que sean las cuatro de la madrugada y las once de la mañana a un tiempo, porque una cosa es dónde está tu cuerpo físico y otra tu reloj biológico.
Me vino a la cabeza al recordar la sentencia de un compañero, dirigente profesional, nada sospechoso en su lucha por renovar la profesión farmacéutica hacia una actividad eminentemente asistencial: la imagen que tú planteas ofrecer de los farmacéuticos no es la real del día a día de las farmacias.
No es nada nuevo. Cuando en alguna ocasión he tenido la oportunidad de explicar a otros colectivos profesionales, como médicos o enfermeros, incluso a políticos de muy diverso color, las posibilidades de una práctica asistencial orientada a disminuir el enorme problema de salud pública que constituyen las cifras de morbimortalidad asociada a medicamentos, la pregunta posterior siempre ha sido: ¿y ustedes, cuántos son?
Podemos entender a las profesiones como lo que son en este momento, en función de las responsabilidades contraídas con la sociedad y su forma de retribución, o como lo que pueden llegar a ser, o sea, lo que sus conocimientos y formación podrían aportar a la sociedad. Pero en ambos casos, lo que son y lo que pueden llegar a ser, deben cumplir los criterios de cualquier profesión (que no actividad): un conocimiento específico y diferente y un ejercicio orientado a resolver un importante problema de la sociedad. Por eso, cuando veo jornadas profesionales que se enfocan a la respetable venta online de productos, a la sonrisa y el consejo en la venta de productos, o al tiempo de espera en la farmacia, como método para conocer qué productos necesitan los clientes, no estoy ante ningún ejercicio profesional propio del farmacéutico, sino ante la del vendedor de productos, con una muy pobre aplicación de conocimientos, por así decirlo, específicos. Tan sólo hay un aprovechamiento coyuntural del prestigio de un establecimiento, la farmacia, y la bondad de su planificación territorial. Es decir, convertimos a la farmacia en una panadería, la del pan para hoy y hambre para mañana, en la que quienes participamos lo hacemos de diferente forma, unos comulgando con ese pan, y otros, con ruedas de molino.
Ninguna profesión se cambia de hoy para mañana, eso es cierto, pero tampoco existirá transformación si no es pensando en lo que se quiere llegar a ser, y esto, que también puede dar lugar a nuevos engaños, no podrá basarse en el mantenimiento de privilegios del pasado, sino en lo que se pueda ofrecer a la sociedad para contribuir a su felicidad y su progreso.
Por tanto, en los cambios, hay que empezar por preguntarnos qué somos, y luego, qué queremos llegar a ser, para iniciar ese camino de transformación.
Lo demás no será, no está siendo en estos momentos, para nuestra desgracia, otra cosa que «canibalización», comernos las migajas que restan de otros. Y cuando sean de verdad migajas las que queden, el hambre que nos destruya nos hará dar dentelladas.