Guillermo Bagaria de Casanova
Farmacéutico comunitario
Es una realidad incuestionable, vivimos inmersos en la sociedad de la información, lo que cada día se hace más palpable en nuestra práctica diaria y, si me lo permiten, pienso que con toda la lógica del mundo. Todos nos preocupamos por nuestra salud y buscamos información que nos aporte soluciones inmediatas a nuestros problemas. Partiendo de la premisa que la disponibilidad de información nos hace más libres para decidir, no considero al paciente informado como un ser temible, sino como una persona preocupada, motivada y concienciada que quiere participar en las decisiones que afectan a su vida. Desde el punto de vista de la salud pública esto representa un gran avance, ya que estamos ante un paciente proactivo hacia su salud. Es por tanto una gran oportunidad para garantizar el éxito terapéutico que pasa, como todos sabemos, por un diagnóstico certero, por un tratamiento eficaz y por la imprescindible adherencia del paciente al mismo, la cual será tanto mejor cuanto mejor informado esté.
Pero como todos sabemos hay mucha información disponible en Internet y esta ni es siempre veraz ni se interpreta de forma correcta la mayoría de las veces. Hay tanta información que hasta a veces resulta contradictoria y, en ocasiones, genera más confusión y errores en las decisiones que si no hubiese habido acceso a la misma... y es que la información hay que interpretarla. Tomemos como ejemplo el reciente caso de difteria en Cataluña. Los padres, bajo la convicción de tomar la mejor decisión para la salud de su hijo, dan por buenos los siguientes argumentos: baja probabilidad de infección, potenciales efectos adversos y la interesada presión ejercida por el lobby de la industria farmacéutica como colofón, para concluir que la mejor opción es no vacunar a sus dos hijos. A los 6 años el niño se infecta por un portador sano y acaba ingresado grave en el Hospital de la Vall d’Hebron. Es aquí donde los profesionales sanitarios tenemos mucho que aportar y donde el farmacéutico en su contacto próximo al paciente tiene una gran oportunidad para ayudar a interpretar la información.
¿Qué implica tener un paciente informado? Es sencillo, que debemos estarlo también nosotros para poder filtrar, apoyar o rebatir los argumentos esgrimidos por los pacientes. Lo que implica necesidad de formación continuada, de estar al día de nuevos tratamientos y avances científicos, de leer la prensa, de sondear los argumentos a favor y en contra y de contextualizar la información. Estar al día es una obligación si queremos transmitir una buena imagen profesional. Como farmacéuticos tenemos una amplia formación sanitaria con una base científica muy sólida. Somos capaces de justificar desde la estabilidad fisicoquímica de una disolución de hidrocloruro de metadona hasta el beneficio que tiene para la salud pública su dispensación en la oficina de farmacia. Por tanto, considero que cada día con mayor justificación debemos transmitir en el mostrador nuestro conocimiento, nuestro rigor científico basado en la evidencia empírica y nuestro criterio sanitario, fundamentalmente porque este es nuestro principal valor sobre el que se justifica todo lo demás. El farmacéutico está accesible las 24 h del día los 365 días del año y es una fuente fidedigna para contrastar la información. Aprovechemos nuestro potencial para ayudar al paciente informado a tomar las decisiones correctas, a incrementar su adherencia a los tratamientos y, por tanto, a mejorar su calidad de vida.
Elena Muñoz
Médico de Familia, Ibsalut, Menorca
Todos los pacientes están informados. La gran diferencia está en la cantidad y la calidad de la información que tienen.
Clásicamente las fuentes de información en salud han sido, en primer lugar, la propia familia y después el médico, la enfermera, el farmacéutico, algún libro y, en casos contados, una asociación de pacientes.
Actualmente, aunque la familia y entorno social próximo siguen condicionando la mayor parte de las creencias en salud, Internet es ya la primera fuente a la que acude un paciente cuando necesita información sobre su dolencia. Las personas buscan en la red antes o después de visitar al médico, al que consultan en una proporción similar a Internet, a mucha distancia de otros profesionales sanitarios.
Hasta el 85% de los españoles acude a la red cuando necesita conocer más sobre su dolencia, el 20% de los pacientes han instalado en sus teléfonos alguna aplicación para el cuidado de la salud y el 10% participa en asociaciones de pacientes para tener un mejor conocimiento o manejo de las enfermedades.1
En este nuevo escenario los profesionales de la salud afrontamos dos retos:
1. Tener siempre en cuenta que los pacientes llegan a nosotros con mucha más información sobre salud y enfermedad que hace unos años.
En general, las personas consultan con personas de su entorno, y buscan en Internet para hacerse una idea de lo que les está pasando y cuáles pueden ser los motivos. De esta forma los pacientes llegan a la consulta con unas expectativas sobre lo que el profesional debería hacer para abordar su problema: pruebas diagnósticas, derivaciones a otro profesional o tratamientos.
2. No deberíamos proporcionar información o educación en salud sin contrastar previamente las creencias y conocimientos de las personas.
El paciente ya tiene información, que puede ser correcta o errónea, deficitaria o excesiva, adecuada o extemporánea.
Debemos explorar qué piensa el paciente acerca de lo que le pasa, por qué le ocurre y qué cree que debería hacerse. Así podremos detectar creencias erróneas, que es necesario reconvertir o contrastar antes de poder seguir informando. En caso de que el paciente tenga información correcta, hay que reforzarla, y completarla si es necesario.
El paradigma del paciente informado es una persona comprometida con su salud, motivada para su autocuidado o automanejo. Es por lo tanto, un paciente colaborador.
Los pacientes cada vez más informados son una realidad y una mayoría. Los profesionales deben orientar sus habilidades para que la relación con ellos sea cada vez más colaborativa y el proceso de toma de decisiones compartido.