Elecciones, el tiempo exacto en el que a los partidos no les queda más remedio que exponer sus programas, a los políticos repiquetear su verdad y a los ciudadanos saltarse las páginas de la crónica política para saber si el partido lo ganó su equipo. La verdad es una mentira que aún resiste, y el sincero alguien que aún no ha sido descubierto. Verdades solemnes que crean adicción inmediata: «En cuanto lleguemos al poder, acabaremos con el paro dando de inmediato trabajo a todos los desempleados». Irrebatible como toda terapia radical: la mejor hormona de crecimiento es el tacón alto, y ningún analgésico compite con la guillotina. Sí, ya sé que la horca es un magnífico instrumento de cuerda, pero algo habrá que matizar. La obviedad y tautología que del mitin se transmite a los medios de comunicación provocó en el inefable e irrepetible Borges su gran boutade: «La política es un abuso de la estadística». Pero también su gran e ignorada advertencia: «No confunda nunca la verdad con la primera plana ni la importancia con el tamaño de los titulares».
Hubo un tiempo con políticos más sutiles, al menos sus tautologías tenían gracia por más que fueran plagio de plagio. Como quien escribió: «Porque usted sólo será mi lector mientras me esté leyendo». Y este otro: «¡A ver, qué pasa ahí fuera! ¿Es usted quien me está leyendo o es algún otro?». Pero ninguno tan sincero y contundente en su analogía como John Cage, que no era político, claro: «No tengo nada que decir y ya lo estoy diciendo. He dicho». Un oasis en esta pleamar de ramplonas reincidencias, un rumor un millón de veces predicado termina siendo un axioma sin necesidad de prueba alguna. He fallado mil veces este salto, pero en el siguiente les juro por la gloria de sus dioses que no fallaré, no tienen por qué desconfiar de mi palabra. Los programas políticos se concretan en promesas, pero es el tiempo y la distancia el tamiz que separa la afirmación auténtica de la falsa, y los medios diarios carecen de esa perspectiva. El sentido común de cada individuo es un buen tamiz y, como en las pólizas de seguros y preferentes, ha de saber leer la letra pequeña y entre líneas. El tiempo y la distancia son demoledores: gracias a las hemerotecas disponemos de la cadencia del Moniteur de 1815, de los apoteósicos titulares que relataban la marcha de Napoleón desde que abandonó su destierro en la isla de Elba hasta su llegada a París:
• El antropófago ha salido de su escondite.
• El ogro de Córcega ha desembarcado en Guan.
• El tigre ha llegado a Gap.
• El monstruo ha dormido en Grenoble.
• El tirano ha atravesado Lyon.
• El usurpador está a sesenta leguas de la capital.
• Bonaparte avanza a pasos agigantados, pero no entrará jamás en París.
• El emperador ha llegado a Fontainebleau.
• Napoleón estará mañana bajo nuestros bastiones.
• Su majestad imperial hizo ayer su entrada en el Palacio de las Tullerías, en medio del entusiasmo de sus súbditos.
Apreciado contertulio, cuente usted los once titulares y sabrá de qué le estoy hablando con más torpes palabras.