Seguro que en el top ten de los «farmamantras» aparecen en puestos destacados frases como: «La capilaridad del modelo», «La farmacia rural es uno de los pilares del modelo», «Los recortes que soporta el sector comprometen la viabilidad de las farmacias más pequeñas». Nadie puede decir que estas frases sean falsas, pero se necesita algo más que estar convencidos de su veracidad. Deberíamos analizar lo que hay más allá de su reiteración constante y concretar acciones para que no se conviertan en frases vacías, alejadas de la realidad.
La red de farmacias es de una extensión territorial y capilaridad sobresalientes, pero también con grandes desigualdades entre sus nudos. La desigualdad es una característica común de cualquier sector en una economía de mercado en la que actúa la competencia, pero en el caso de las farmacias, con la especificidad añadida de una regulación de establecimiento y situación, las acciones y estrategias encaminadas a mejorar la posición de cada una están muy limitadas, especialmente en las farmacias de baja facturación y situadas en zonas con muy baja densidad de población.
Esta especificidad y condicionante al mismo tiempo debería ser razón suficiente para entender que si el sector valora tanto lo que se repite hasta la saciedad, debería ocuparse de que estas desigualdades no lleguen al desamparo.
Los toros dicen que se cogen por los cuernos, al menos los que de eso saben, y los problemas de sostenibilidad de un sector que defiende a capa y espada su bondad debería afrontarlos fundamentalmente el propio sector.
No es de recibo defender un modelo regulado y capilar y no impulsar mecanismos económicos en el propio sector para atenuar las desigualdades que el mismo modelo genera y que pueden poner en riesgo la sostenibilidad, no ya la de las famosas VEC, sino del sector tal y como lo conocemos y reiteradamente defendemos. O eso o nos compramos una túnica naranja, nos rapamos al cero y nos ponemos a cantar ommmmmm...