Cuando nos hablan de algún arquitecto y nos cuentan la ruina que está sufriendo en este momento, en el que, de tener treinta y cuatro empleados hace dos o tres años, ha pasado a aviarse con únicamente una secretaria a media jornada, y a veces ni eso, podemos sentir lástima en un principio, pero es muy probable que pensemos que en la época de vacas gordas se hartó de ganar dinero.
Si los farmacéuticos contamos que el modelo mediterráneo basado en el margen comercial por dispensación de medicamentos está herido de muerte, y que la mitad de las más de veinte mil farmacias que existen sobreviven con dificultad, y que detrás de ello hay muchas familias, también habrá quien piense que también ganamos mucho dinero en su momento, por no añadir dudas sobre nuestro papel en el sistema sanitario. Porque imagino que yo no seré el único al que algún «amigo» haya discutido nuestra función.
«No nos entienden», «hacen falta farmacéuticos que se metan en política», «nos tienen manía», «hay una campaña de las multinacionales de la distribución alimentaria», «se quieren quedar con lo nuestro»... Son expresiones muy nuestras, y cuando hablamos de lo que podemos hacer nos referimos a que somos profesionales desaprovechados, a que el medicamento es nuestra exclusiva responsabilidad, o tantas otras cosas que no me vienen ahora a la mente, quizá porque prefiera olvidarlas.
Sin embargo, no se nos ocurre hablar en términos que todo el mundo entendería. Por ejemplo, que en España nos gastamos once mil millones en medicamentos, pero que se pierden otros veinte mil millones en el daño que produce a la sociedad y a las personas que dicha medicación no cumpla los objetivos previstos. O que unas quince mil personas mueren todos los años (seis veces las que fallecen en accidentes de tráfico) por episodios indeseados de la medicación. O que introducir servicios de seguimiento farmacoterapéutico (para no salirme de la nomenclatura y que nadie se moleste) evitaría al menos ocho mil de esas muertes y ahorraría doce mil millones de euros (más de lo que gastamos en medicamentos). Y que esos ahorros no vendrían de una disminución del gasto farmacéutico, sino de evitar o acortar ingresos hospitalarios o bajas laborales, procedimientos terapéuticos más costosos, etc. Porque ahora solo un 40% de los tratamientos farmacológicos alcanzan los objetivos deseados, y trabajando con farmacéuticos expertos esto podría llevarse hasta el 84%.
Y que todo esto está pasando en España en 2012, con la bulímica prima de riesgo que tenemos. En este país que reduce el sueldo a los funcionarios, que tiene sin trabajo a cinco millones de personas, que está en trance de quiebra porque no equilibra ingresos y gastos, estamos tirando el dinero por el desagüe, un dinero que viene de nuestros bolsillos y de aquellos que dicen no entendernos. Quizás ahora nos entiendan. Quizá quieran que tomemos cartas en el asunto, y nos digan que es el momento de que actuemos.