Nada debería hablar de él puesto que no le he leído. De él dicen que se pasó años haciéndose pasar por mudo y él dice de su niñez solitaria que hablaba con las vacas. Se llama Guan Moyé y desde su primera obra utiliza el seudónimo Mo Yan, que en su chino natal significa «no hables». 

Le acaban de conceder el premio Nobel de Literatura y como nuestra cita anual con el nuevo premiado casi resulta una tertulia ineludible aquí le cito. La reiterada frase de «el Nobel hace de un escritor desconocido en su país un escritor mundialmente famoso» en este caso no es cierta, no es mundialmente desconocido alguien a quien conocen en China. E indirectamente en todo Occidente, la película Sorgo rojo está basada en su novela pero la autoría cinematográfica es de Zhang Yimou (una estrella del régimen, suyo es el espectáculo de los Juegos Olímpicos de Pekin), en cualquier caso una poderosa ficción que dijo al mundo algo sobre la existente cotidianidad, poderosa y terrible, de la China postrevolucionaria: magnífica parrafada para quien se recomienda no hablar. La editorial Kailas, la del escritor Ángel Fernández Fermoselle, ya había puesto a disposición de los lectores españoles varios títulos suyos, empezando por Grandes pechos, amplias caderas, pero los perezosos no las habíamos leído. Ahora es el momento de corregir el fallo. Dice Ángel de su editado que es un hombre discreto, sobrio, reservado, alguien que mantiene un equilibrio entre las autoridades chinas y una cautelosa actitud crítica contra los excesos que a veces comete la oficialidad de su país. Ese «a veces» es el fulcro y la polémica de Mo Yan. En las fotos nos muestra un rostro limpio e inexpresivo pero de mirada inteligente. La Academia sueca define sus méritos: «Realismo alucinatorio, leyendas, historias y elementos contemporáneos». Y que describen el sufrimiento y superación del pueblo chino, suelen añadir invariablemente las notas de prensa, para a continuación resaltar las voces críticas de los disidentes chinos que le acusan de tibio, de un frágil empuje crítico para así mantener buenas relaciones con la oficialidad comunista. Según opinan los críticos, ahora los literarios europeos, su realismo brutal y mágico le aproximan a García Márquez por una banda y a Kafka por la otra, y uno piensa que dada la administración de su país, allí y hoy, Kafka pase por un escritor costumbrista. Plagio opiniones: la historia se acompaña de la fábula, el folclore rivaliza con el dogma oficial, los animales aleccionan a los hombres, la violencia es atemperada por un hondo lirismo, la naturaleza brilla tan bella como simbólicamente y la actitud narrativa puede variar de una sátira de ironía sutil a un humor abierto a la carcajada. Siempre con unos personajes de humanidad cautivante. No es nada mala recomendación para su lectura. La crítica política no puede evitar que en sus novelas se resalte la injusticia opresiva, la intromisión en la vida privada que llega hasta la prohibición de engendrar más de un hijo, la descripción de un imaginario cuyo parecido con la realidad es coincidencia inevitable. Me fascina el seudónimo por cómo despierta mi memoria: No Hables. Algunos quisieran gritar en la calle y otros callan y escriben haciendo ejercicios malabares para evitar la censura. La memoria del exilio interior, la fastuosa pintada de «di en la calle lo que hablas en casa». Ese fulcro imposible que en España generó tantos desgarros, tantos rechazos al exilio interior. Puede que quien no haya cumplido aún los 60 no alcance a comprender en toda su profundidad el drama de tan equívoco exilio. En fin, hay que leerle.

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