La Navidad es el tiempo de la memoria y la cuesta de enero el de la nostalgia, el tiempo de lo que pudo haber sido y no fue y el tiempo de lo que fue y mejor de no haber sido, un tiempo para memorizar nimiedades que a saber si influyeron en nuestras vidas o son un simple recuerdo amable capaz de provocarnos una sonrisa del alma, ahora, en este caso, frases escritas o colgadas en puertas y paredes.

Con fuerza inusitada el sempiterno cartel de NO FUNCIONA en la puerta del ascensor de la casa de mis padres, mi hogar hasta acabar la carrera, desde niño sabiendo que por cómodo que resultase el mundo siempre tendría este pequeño inconveniente del «no funciona». Y con la misma fuerza porque resultaba una provocación y me sigue provocando, aunque ya con bastante menos intensidad, el rótulo de PROHIBIDO EL PASO, una querencia inevitable que terminó convirtiéndose en paremia personal: «Entre dos caminos, el desconocido; entre dos caminos desconocidos, el prohibido; entre dos caminos desconocidos y prohibidos, el que más temas».

Toda una colección de grafitos con ánimo intelectual, político como el que resistió tanto tiempo en el puente de Cacabelos: «Con el desorden desaparecen toda clase de libertades (José Antonio)». Religioso como el de un baño de chicas en la Complutense: «Dios no ha muerto, simplemente está ocupado en un proyecto mucho menos ambicioso». O filosófico como el de la barbería de Chamberí: «Heisemberg pudo haber estado aquí». O existencialista como este de hace tanto, ya pura arqueología, en un mojón de carretera asturiana: «Con Franco éramos más jóvenes». Pocos tan rotundos como el generalizado en Guatemala: «El Banco del Ejército, su dinero más seguro». Toda una colección romántica e ingenua en su entrañable picardía como: «Si no tardas mucho, te espero toda la vida». Y también: «De hacerte la cama, de hacerte la cama, de amarte se fueron las ganas». Con una recomendación imbatible: «Sonríe, después buscamos el motivo».

Con una derivación del rizoma hacia el cine, hacia esa prodigiosa guionista, Mae West, también actriz, con cuyas curvas se diseñó la botella de cocacola, ¿quién se acuerda de la botella? No voy a citar lo de llevas pistola o es que te alegras de verme, sino «las chicas buenas van al cielo, las malas a todas partes». Y esta de una actualidad ambigua: «Ya no hay caballeros como los de antes. Hoy, si un hombre te abre la puerta, o es la de su dormitorio o es el portero». Nadie es perfecto, tanto como el rótulo de aquella casquería en Goya, en la casa de las bolas: «Espendiduría de idiomas y talentos». Aunque algunas tiendas lo intentan como estas dos tan próximas a la felicidad: «Se necesitan clientes (no necesario experiencia)» y «Cerramos por aniversario de boda hasta el próximo lunes, quizá hasta el miércoles». La que nunca he leído ni oído es esa oenegé que se hace llamar «aduaneros sin fronteras».

Retahílas que pueden prolongarse hasta el infinito como simple excusa para alejarse del núcleo duro de la primera, del NO FUNCIONA que la distancia y los años aprietan en la memoria y que el dominio de lo virtual sobre lo analógico acentúan en la cotidianidad. Tanto cambio desconcierta, la dirección postal del piso de mis padres era Torrijos, 26, 6.º H, y ahora es Conde de Peñalver, 30, 4.º, 8.ª, sin que nada se haya movido de él salvo sus habitantes. De momento, lo de Madrid sigue.

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