La existencia de agujeros negros en la galaxia es una teoría para mí tan difícil de explicar como la de otros agujeros mucho más cercanos a mí, a la gran mayoría de los lectores de esta revista, que son los que los farmacéuticos producimos asestando navajazos inclementes a las cajas de los medicamentos que dispensamos con cargo al sistema público de salud.
En literatura existe lo que se llama el «correlato objetivo», una técnica literaria por la que el autor utiliza símbolos que tratan de ilustrar el momento emocional por el que transcurre la trama. No se me ocurre correlato tan ilustrativo como éste de las cajas agujereadas para explicar las circunstancias por las que atraviesa la profesión farmacéutica, algo que ni el mismo Stephen Hawking, autor de la teoría de los agujeros negros, hubiera sido capaz de explicar en vida.
Hemos completado ya el primer año de pandemia por la COVID-19 y los farmacéuticos continuamos en un terreno de nadie, ofreciéndonos a colaborar a las autoridades sanitarias sin que ellas sepan qué podemos aportar, más allá de estar abiertos y vender mascarillas. Porque lo de dispensar test de anticuerpos bajo receta médica no podría sino constituir otro correlato objetivo que constata que ni saben para lo que servimos ni cómo podemos ayudar, con la peregrina excusa de que somos profesionales ajenos al sistema sanitario.
Los farmacéuticos comunitarios, digan lo que digan cualesquiera de los personajes que nos gobiernan o nos han gobernado desde que se creó el Sistema Nacional de Salud, somos parte del sistema sanitario, simplemente porque gestionamos el recurso cuantitativamente más importante que maneja el sistema público: el medicamento. Y pretender ignorar esto; no contar con nosotros es una grave irresponsabilidad en la que han caído todos los gobiernos.
Hacer política no solo es administrar el dinero que generan los impuestos que pagamos, o nuestras cuotas colegiales derivadas también de hacer tenebrosos agujeros en las cajas. También, sobre todo, consiste en crear el bien de donde no lo hay para quien lo necesita. Y lo que necesita la ciudadanía no son políticos que nos digan que no somos profesionales de la salud porque carecemos de nómina pública y somos comisionistas por ventas de medicamentos, sino profesionales que aborden problemas reales que, además, matan.
Una profesión no es más que un artificio social, una creación de la sociedad para resolver problemas para los que son necesarios un conocimiento específico y una seguridad legal que permita aplicar el conocimiento en beneficio de la ciudadanía. La política es crear soluciones a los problemas que padecen los más vulnerables de la sociedad. Decenas de miles de muertos, millones de infectados, merecen, hubieran merecido, deberían merecer, un farmacéutico que no se cruce de brazos impotente ante el veto real a su colaboración.
Giulio Andreotti, el último político maquiavélico, hablaba de la falta de elegancia de la política (manca fineza) en la política de finales del siglo pasado. Hoy, cuando acabamos de entrar en la tercera década del siglo XXI, nos podríamos quejar de la falta de valentía, de coraje y de orgullo (manca coraggio), en un mundo político sin ideas, sea cual sea el nivel administrado, estatal o profesional, enfocado en exclusiva a permanecer el máximo tiempo posible en el poder, aunque eso signifique cavar la tumba de muchas personas, y también de una profesión milenaria empeñada desde hace años en su autodestrucción, en sucumbir dentro de su propio agujero negro, auténtico correlato de una época que no deberíamos olvidar.