En aquellos años en los que sólo el brujo de la tribu conocía los secretos de los cuerpos y de las almas de los suyos, la esperanza de vida no era ni un tercio de la que ahora tenemos. No hay ninguna duda de que hemos avanzado muchísimo, pero a veces, en secreto, me digo: ¡la tranquilidad que representaba esa figura!
Ahora todo es más complejo, las profesiones tienen responsabilidades colindantes y, aún peor, los pacientes incluso defienden el derecho a opinar. No sé a dónde nos van a llevar todas esas innovaciones.
Lo cierto es que las sociedades se han hecho mucho más complejas y mejores, y no tengo ninguna duda de que esta evolución se ha debido en gran parte al inconformismo de esos benditos traviesos. El conocimiento se ha socializado y las jerarquías verticales tienden a derivar hacia estructuras horizontales mucho más colaborativas.
Esas sociedades avanzadas, las que han querido y podido, se han dotado de sistemas sanitarios, unas organizaciones complejas en las que las responsabilidades cada vez deben ser más compartidas y en las que la salud y el bienestar del paciente son el objetivo al que se dirigen las decisiones. En ésas estamos todos: los traviesos y también los que no sólo sienten añoranza accidental, sino que van todo el día con la cara pintada repartiendo hechizos.
Creo firmemente que la jerarquía profesional debe respetarse en la toma de decisiones y que el vértice debe estar ocupado por la persona a quien la sociedad ha confiado esa responsabilidad, el médico; pero también creo que existen profesionales que pueden asumir responsabilidades en determinadas áreas para facilitar la vida a los pacientes y para descongestionar los sistemas sanitarios.
Nadie tiene que perder nada; se trata de establecer protocolos claros y de generar la confianza suficiente para que profesionales preparados puedan ejercer de verdaderos profesionales sanitarios, lo que redundaría en la mejora de la salud de los pacientes y en la eficacia de los procesos asistenciales. O somos un poco traviesos o me veo otra vez dando brincos alrededor de una hoguera, y uno ya no está para esos trotes.