Allá por los años noventa del siglo pasado, el recordado Paco Martínez solía preguntar a sus alumnos si se subirían a un avión que careciera de piloto si en su lugar lo dirigiese una azafata con muchos años de vuelo de experiencia, que hubiera presenciado innumerables despegues y aterrizajes, incluso forzosos. ¿Quién subiría a un avión sin piloto?, preguntaba. Y tras esta cuestión, la siguiente que proponía era si lo mismo podríamos decir ante una farmacia sin farmacéutico.
Creo que justificar la presencia inexcusable de un piloto durante un vuelo es innecesario ante los lectores, y más aún por el limitado espacio que ocupa este artículo. Que el piloto dirija el avión es ineludible, a pesar de los controladores aéreos, de los modernos instrumentales de los aviones, de las estrictas reglamentaciones de seguridad... ¡incluso a pesar de los pilotos automáticos!
El piloto cuida de nosotros durante el vuelo, y su capacidad de tomar una decisión cuando algo pasa no la sustituye máquina alguna, ni mucho menos los trienios de una azafata. El piloto se rodea de instrumental, de colaboradores dentro y fuera del aeroplano, para que quienes viajamos dentro escuchando música, leyendo un buen libro o recuperando el sueño perdido podamos hacerlo con tranquilidad.
En esto pensaba el Día Mundial del Farmacéutico, ese profesional que «cuida», cuando redactaba mi colaboración mensual. De un tiempo a esta parte, nuestras carteras de servicios se han convertido en el trending topic de nuestra profesión. Causan furor como si no hubiera un mañana profesional, y pocos nos atrevemos a levantar la voz para mostrar dudas acerca del planteamiento profesional que se hace: ortopedia, dermofarmacia, dietética infantil; sistemas personalizados de dosificación y dispensación, detección de indicadores de riesgo, monitorización ambulatoria de la presión arterial...
De las primeras, poco he de decir, salvo preguntarme cuándo y cuánto estudiamos algo de ortopedia, dermofarmacia o dietética infantil en la carrera, y si existen otros profesionales más cercanos a esas materias. En cuanto al segundo grupo, estimo que se puede hacer un paralelismo con el instrumental que tiene a su disposición el piloto, y que para aprovecharlos de verdad lo que se necesita es a ese piloto. Un piloto que cuide de los pacientes en materia de medicamentos. Un piloto farmacéutico.
Al igual que, en mis manos, un bisturí apenas es una navaja estilizada, un avanzado instrumental para detectar indicadores de riesgo no es mucho más que un glucómetro remasterizado de los que tienen los pacientes, y lo mismo podría decir de un tensiómetro de 24 horas, y mucho más de un SPD, algo tan parecido a los que muchos hijos hacen a sus padres de forma casera a día de hoy.
El instrumental debe estar al servicio de un piloto que cuide, que tome decisiones con la información que recibe. No es el aparato el que hace al farmacéutico, sino el farmacéutico el que da valor a los aparatos. Y para ello debe saber volar. Y volar, lo siento por mi tozudez, es tomar decisiones acerca de los medicamentos, no entregar informes en tecnicolor que valore otro. Volar es asumir responsabilidades, así que quien no tenga vértigo, a volar.