Los farmacéuticos servimos café

«Ojalá que llueva café en el campo...», nos cantaba Juan Luis Guerra allá por 1990. Muchas cosas han cambiado en casi un cuarto de siglo, especialmente en la farmacia. Y una de ellas es que, ahora más que nunca, los farmacéuticos servimos café.

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Dejad que os explique una historia para orientar esta afirmación... Una hija se quejaba a su padre de lo mal que le iba en la vida. Aunque se esforzaba por estudiar, no obtenía buenas notas, se había peleado con su mejor amiga por una tontería y su entrenador del equipo de baloncesto apenas contaba con ella. Estaba cansada de luchar, pues le parecía que cada vez que solucionaba un problema aparecía otro peor y que sus esfuerzos no servían para nada. Su padre, que era cocinero, llevó a su hija a la cocina y puso tres ollas con agua en el fuego. En una colocó zanahorias, en otra huevos, y en la última unos granos de café. Tras un tiempo de espera, el padre sacó las zanahorias y las puso en un plato, los huevos en otro y vertió un poco del café en un tazón. Se dirigió a su hija y le preguntó que qué veía. La hija se encogió de hombros y le dijo que zanahorias, huevos y café. El padre sonrió y le dijo que los tres alimentos se habían enfrentado a la misma adversidad, el agua hirviendo, pero que cada uno había reaccionado de forma diferente. El padre miró a su hija y le preguntó que qué alimento quería ser: una zanahoria, que parece fuerte pero que se vuelve frágil ante la fatalidad, se deprime y acaba arrojando la toalla; un huevo, que empieza con un espíritu fluido y optimista, pero que las adversidades le vuelven duro e inflexible, aislándose todavía más del entorno que le rodea o, por el contrario, el grano de café, que se sobrepone a las adversidades y es capaz incluso de cambiarlas para mejor. Quiero ser grano de café, respondió la hija con una sonrisa en su rostro.

La farmacia se ha enfrentado a muchas situaciones adversas en este último cuarto de siglo. Podría decirse que sobre nuestra profesión han vertido mucha agua hirviendo. Nos han utilizado como excusa y también como escudo y, en muchas ocasiones, se han aprovechado de nuestro sentido de la responsabilidad para con nuestros pacientes. A veces uno siente la tentación, frente a los reales decretos y sus continuas bajadas de precio, los impagos, las amenazas de desregularización del sector, etc., de actuar como una zanahoria, es decir, bajar los brazos y dejar de luchar. Otras veces, ante los cambios que se suceden en nuestra profesión, como el de la receta electrónica o el de los precios notificados (o el mínimo, o el autonómico, o el máximo, etc.), querríamos escondernos bajo una cáscara y aislarnos, como el huevo, esperando que nada cambie y que todo siga donde nuestras rutinas nos susurran que debería estar, plantarnos en aquello que ya conocemos y con lo que nos sentimos más cómodos y seguros. Pero al final, nuestra profesionalidad, nuestra vocación sanitaria de servicio al paciente, nos empuja frente a viento y marea y nos hace ser granos de café en el agua hirviendo. Pues lo cierto es que, por encima del copago, de la crisis y de mil cosas más, nos sentimos orgullosos de ser parte importante del engranaje sanitario que se encarga de la salud de la población en este país. Y, muchas veces, los farmacéuticos somos también los que escuchamos los problemas de nuestros pacientes (que también son amigos, vecinos...), y quienes les apoyamos y tratamos de ayudarles. En esos momentos no nos podemos permitir actuar como el huevo o la zanahoria, porque nuestros pacientes necesitan recibir de nosotros, además de la dispensación de su medicación, esa dosis de optimismo y ese cuidado que les brindamos cada día (ojo, a veces casi más efectivo que la propia medicación...). Ellos necesitan que, frente a las adversidades de su vida, seamos su café. Y es por eso que, en estos tiempos, decía que los farmacéuticos también servimos café.