Aunque entrecomilladas, no son frases sacadas de ninguna declaración, ni de ningún estudio publicado, pero pueden ser perfectamente frases construidas a partir de multitud de conversaciones entre farmacéuticos que están inquietos por su futuro, que revelan claramente cuales son sus preocupaciones y donde se encuentran sus intereses. Pero que también demuestran la avalancha de amenazas que ven asomar por el horizonte y que urgentemente deben intentar desactivar.
Sin embargo, a menudo se corre el riesgo de creer que lo urgente es lo importante, lo que proporciona una buena excusa para esquivar la reflexión y el debate sobre los eternos temas. Posiblemente es comprensible, pero no por ello debería ser aconsejable, tener pereza de replantear, una vez más las viejas –no por eso desechables– preguntas: ¿Quiénes somos? ¿Hacia dónde queremos ir?
Dedicar algún tiempo y alguna energía, aunque parezca pasado de moda, en intentar responderlas no debería desdeñarse.
Puede parecer más propio, más moderno, más acorde con los tiempos que corren, reflexionar sobre nuestro futuro en un mundo global o sobre la influencia de las nuevas tecnologías en el mercado de la farmacia, o sobre las nuevas técnicas de fidelización de clientes, o cómo puede aumentar nuestros ratios de rentabilidad la robotización de la farmacia, pero lo cierto es que lo cortés no quita lo valiente y como nos dice Raimon: «Quien pierde los orígenes pierde la identidad», y sin identidad no existe otro futuro que una lenta disolución en el inmenso océano de lo que no tiene marca, en el marasmo de las «commodities». Allí donde lo único que importa es el precio. Y la experiencia nos dice que siempre existe alguien más barato.