Acabo de leer en la revista Pliegos de Rebotica el lúcido y hermoso artículo de Santiago Cuéllar «Los modelos y la realidad» y en esta tertulia quisiera hablar de esa misma distorsión entre modelo y realidad pero, sobre todo, poner en evidencia la talla intelectual de Santiago, de entre los farmacéuticos que escriben quizás el más profundo ensayista, o sea, aportador de ideas o de nuevas asociaciones de ideas. La tesis del artículo se refiere a que casi toda la economía se basa en modelos, es decir, en versiones simplificadas de la realidad, a la que se pretende describir mediante procedimientos matemáticos más o menos complejos. Con el correlato de que la realidad es una complejidad de datos inabarcables, especialmente cuando entra en crisis. Cita de Krugman, nuestro economista de guardia: «El caos no planificado de una economía de mercado está mucho más organizado que la planificación de una economía centralizada». Y por desgracia que de una lateralizada. El problema suele consistir en que los modelos (económicos y los de otras áreas científicas) suelen estar hechos a la medida de sus propios autores y objetivos, y así todas las teorías son invulnerables desde sus propios axiomas de referencia. Por ejemplo: «Si todos los caballos sin excepción son blancos, mi caballo negro no es un caballo». No son certezas nuestros condicionantes y la realidad siempre nos impone tozudamente muchas más variables de las que consideramos a la hora de diseñar las ecuaciones de nuestro modelo; al fin y al cabo, cualquier modelo matemático es reduccionista por definición, por la misma razón que las cosas se caen al suelo, por la fuerza de la gravedad o por su propio peso. La dificultad de transferir lo real al modelo, es mi sugerencia, se pone de manifiesto en todo su esplendor si utilizamos el femenino, si en vez de los modelos hablamos de las modelos: arcangélicas y anoréxicas señoritas que envuelven sus huesos en transparencias para desfilar por la pasarela Cibeles. Cuerpos y telas difícilmente se pueden tomar como representación de la mujer a la que dicen quieren vestir. Con el complementario sarcasmo de que ahora, a las modelos, además de esqueléticas se les exigen curvas traseras y delanteras. La irrealidad está servida, o como dicen en Sitges: «la silicona es bona». La imposibilidad modélica, la de dar con un modelo que resista cuando las dificultades arrecian, es tal que ni siquiera podemos recrear nuestro propio pasado: el pasado siempre está en función del presente. Desde una perspectiva actual que interesada o errónea no escapa al etnocentrismo y cronocentrismo del ahora mismo. De ahí que el pasado sea cada vez más impredecible, nadie sabe quien va a ganar las próximas elecciones. Los economistas suelen tener más sentido del humor que los historiadores y es el mismísimo Keynes quien dice: «Los economistas somos especialistas en explicar concienzudamente por qué fallaron nuestras predicciones de forma tan estrepitosa». Los desplomes de la Bolsa son tan impredecibles como las victorias históricas, pero hay que adaptarse a cierta resignación activa, hemos de acostumbrar a nuestros hijos a aprender aunque no sean capaces de comprender porque, refugiémonos en Rabindranath Tagore, «Yo me acuerdo de muchas cosas que no comprendía y que, no obstante, me conmovieron profundamente». Por fortuna, y si uno se esfuerza, la comprensión llega con la madurez, cuando crecen la muela del juicio y la piedra de la locura. Creo que los tertulianos deberíamos frecuentar más a Santiago Cuéllar, su ¿Filosofía en el Siglo XXI?: las caras de la verdad, es un argumento irrebatible y lo tenemos al alcance de la mano en la impagable colección Pharma-ki que dirige nuestro común amigo José Vélez. Vivimos en una nube de incertidumbres, pero podemos elegir.
Las modelos y la realidad