Da la sensación de que el periodo de tiempo entre consejos de ministros sólo sea una espera, tan tensa como la que el reo sufre mientras espera el veredicto del jurado. De ninguna manera debería ser así.
La profesión debería transformar ese tiempo de angustia y ansiedad, capaz de paralizarla por completo, en una oportunidad para generar ideas de renovación y proyectos, que deberían empezar a desarrollarse, sin más dilación que la que es necesaria para evitar caer en una arriesgada improvisación. Los próximos dos años pueden ser los del desmantelamiento de lo que ha demostrado ser, durante décadas, un modelo útil y rentable, o bien los de la reconversión necesaria para que el sector afronte de una forma más competitiva las venideras.
Aunque algunos tienen la tentación de caer en un pesimismo estéril que sólo sabe criticar un supuesto inmovilismo del sector, un análisis desapasionado y riguroso de la situación nos lleva a reconocer una clara voluntad de sectores de la profesión que apuestan por promover cambios. Y no sólo cambios estéticos, cambios lampedusianos, de ésos que se proponen para que nada cambie, sino reformas en cuestiones tan fundamentales como el modelo retributivo y la cartera de servicios de las oficinas de farmacia.
Ya sea por conveniencia o por indecisión, el sector tiene un largo historial de reformas pendientes, pero cada vez hay un número mayor de farmacéuticos dispuestos a que ese historial no continúe incrementándose. Los documentos generados en el seno de la SEFAC, y las conclusiones del estudio sobre el futuro de la farmacia impulsado por los colegios de Barcelona y de Madrid son muestras de esta emergente voluntad de cambio. El sector haría bien en buscar la manera de aglutinar la voluntad que de ellos se desprende, para después poder conseguir una masa crítica suficiente, capaz de promover los cambios legislativos necesarios para que las reformas cristalicen.
Ejemplos como los procesos efectuados por los farmacéuticos en Quebec, Escocia, Inglaterra, Suiza o Australia son útiles, tanto para asimilar que los cambios en profundidad son efectivamente posibles, como para entender que no se trata de simples experimentos con gaseosa. La lección en todos estos países es clara. Lo más importante para nosotros es que el sector sepa entender la lección que de estos procesos se desprende: no existe cambio sin voluntad de cambio. Es imprescindible que esta voluntad se concrete en una propuesta clara e inteligible tanto para la profesión como para la sociedad. El poder legislativo debe reflejar los cambios en la legislación vigente. El farmacéutico debe estar formado para el nuevo rol profesional. La estructura empresarial de la farmacia tiene que ser capaz de ofrecer los nuevos servicios de una manera competitiva. Sin esas condiciones el sector no va a salir de Lampedusa y en ella se va a quedar.