Ahora que ya sabemos que los virus se transmiten por el territorio sin entender demasiado de fronteras, siempre móviles y diferentes según la época, nos convendría aprehender que el talento también se mueve. Es libre en su espíritu, y debemos esforzarnos como sociedad para crear el contexto propicio y las circunstancias adecuadas a fin de promover la vuelta a su lugar de origen. Porque lo malo no es que los profesionales, una vez hayan cursado sus estudios aquí, se vayan a otros lugares a enriquecer su formación, sino que el desequilibrio radica en que no vuelvan, porque sólo así retorna la inversión a la comunidad.
Y el desequilibrio se manifiesta cuando menos te lo esperas. Cualquier viernes gris por la tarde, y siendo 13 de marzo de 2020 en España y dos días después de que la OMS anunciase oficialmente que se declaraba la pandemia provocada por la infección del SARS-CoV-2, las más de 22.000 oficinas de farmacia no han sido fáciles de gestionar. Una vez más, el primer profesional sanitario al que han encontrado las personas, algunas angustiadas, otras con miedo, ha sido el del colectivo farmacéutico.
Sin ninguna duda y total seguridad durante el confinamiento, el frente de los hospitales y las UCI han sido el campo de batalla donde, no siempre con los EPI necesarios, se ha librado el duro combate a esta emergencia sanitaria que ha comportado en esta fase la COVID-19. En más casos de los deseables, las muertes contadas por esta zoonosis, a veces en soledad y lejos de las personas queridas, han sido muy dolorosas, sentidas y en ocasiones sin un último «hasta siempre» acompañando el duelo por venir.
Los virus son como unos piratas y, a veces, las palabras deberían medirse, porque una cosa es vender, desde la mala política, recetas mágicas, y otra muy diferente el (valor) de dispensar desde el mostrador medicamentos y de dotar a los productos sanitarios de un buen consejo en su uso.
Pero la oportunidad mira al futuro, y me ha surgido la duda de si la imagen registrada por la sociedad española y por la administración sanitaria obedece a la realidad profesional vivida en la farmacia comunitaria.
En la Atenas de la Grecia clásica existió la llamada Ágora, que fue el centro de reuniones donde se tomaban las decisiones. Recordemos ahora aquella Ágora ateniense y aprovechemos la oportunidad que nos está ofreciendo todo lo vivido en estos meses para proyectar de una manera clara y desacomplejada la imagen de lo que somos y el orgullo galeno del que venimos.
Vacunas, test de detección individual, declaración obligatoria urgente, inmunidad de grupo, ensayos con medicamentos con el fin de encontrar tratamiento, preventivo o una vez infectados, etc., son líneas que han de aportar solución a la pandemia. A posteriori es cuando se suele medir el grado de acierto, pero es en las transiciones donde se redefinen los futuros.
Así pues, aprovechemos en el mundo d.C. (después o post-coronavirus) esta energía de activación determinante en las reacciones químicas para fortalecer la imagen de la farmacia comunitaria y para posicionarnos adecuadamente en este momento.
El error, siempre tan humano y presente, sería no poner en valor todo aquello que hemos aportado y aprendido, entendiendo que una vez identificado nos ofrece la posibilidad de crecer y nos impulsa hacia delante: podemos equivocarnos, pero la recertificación viene homologada y reconocida porque lo urgente no debería solapar lo importante.
Se me cruzaron las palabras o se me enredó la lengua cuando quise escribir: farmacia comunitaria y salud pública.