La tecnología sanitaria sigue evaluándose en una plaza fenicia y en un siglo pretérito

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Es mucho lo que se ha hablado y movido en torno a los nuevos fármacos antivirales contra la hepatitis C. Farmacéuticas, Gobierno y pacientes se han enfrentado en una batalla campal. No he seguido todas las noticias de cerca y esto quiero dejarlo claro desde el principio, no escribo desde la erudición y pido disculpas de antemano a todos quienes han contribuido al debate desde otra óptica a la que se refleja en el presente artículo; hablo sin embargo desde lo que nos ha llegado a los ciudadanos de a pie. Empecemos por ver los discursos de cada agente social en estos últimos meses.

Industria farmacéutica
La industria farmacéutica dice que sofosvuvir es realmente un avance científico, un logro que se ha conseguido gracias a la inversión que ellos mismos han hecho en I+D+i, que esto es sumamente costoso y de ahí el precio que tiene su comercialización. Que no hay conciencia de lo bien que hacen su trabajo (investigación, sanación) y que no han sabido transmitir esto a la sociedad. Que sofosvuvir es un fármaco que «alcanza el 90% de curación», lo cual es un hito y que la sociedad debe invertir en este tipo de avance tecnológico, que si la esperanza de vida y otros logros sanitarios se han alcanzado en los países occidentales es directamente gracias a la I+D+i de las compañías farmacéuticas y que invertir en investigación biomédica es también invertir en talento social y humano y que si no invertimos en estas cosas el país se va a condenar al subdesarrollo. Este discurso lo he escuchado directamente de representantes de la industria y en otros foros y artículos y no lo he tergiversado. Esto en cuanto al contenido. El tono es, curiosamente, de indignación.

Gobierno
El Gobierno se indigna también con un comportamiento de la industria que califica de «feroz» poniendo precios que el sistema sanitario jamás podrá pagar si quiere ser sostenible, y que se pone en riesgo todo el sistema sanitario si se gasta un dinero que no tiene en este tipo de «avance» (por lo tanto, esto no lo cuestionan). Es, pues, el discurso típico de comercio, de «baja el precio y te lo compro porque tengo que mirar por la continuidad de la tienda». No he visto un gran razonamiento clínico ni de gestión avanzada de la salud en los discursos del Gobierno (ya digo que no lo he seguido de cerca, pero al menos como ciudadano el mensaje que me ha llegado es este).

Pacientes
Los pacientes, en medio de la contienda miran a uno y otro lado y se echan las manos a la cabeza (y con razón) ante la ausencia de diálogo en unos responsables que se supone tienen un alto nivel técnico e intelectual, pero que esta vez parece que lo único que hacen es verse en un mercado fenicio focalizando el problema en el «precio». Es decir, los de la industria son irresponsables porque «sólo quieren enriquecerse a nuestra costa» y los del Gobierno lo son porque no quieren pagar por lo que tienen que pagar (la salud de los ciudadanos) y sí que pagan a los bancos, es decir vuelven a demostrar que no les interesa rescatar personas, sino instituciones.

Trascender la contienda
Y la cuestión es: ¿cómo se puede trascender esta contienda? Bueno, para trascender lo primero es darse cuenta de lo vacío que está el discurso. El discurso de la industria de que el avance farmacológico y biomédico es el que ha sacado a los locos de los psiquiátricos y aumentado la supervivencia de los sexagenarios hasta límites inusitados en la historia es un discurso agotado hasta los tuétanos. Ha habido una co-existencia en el desarrollo biotecnológico y en la supervivencia, igual que co-existió el aumento en venta de sombreros y las cifras de colesterol el año pasado. Podemos estar más o menos de acuerdo con que en el fondo estas co-existencias puedan tener una relación causal o no, pero lo que no cabe duda es que esto sólo puede ser una interpretación, una hipótesis, una creencia, porque no hay un solo estudio científico (o de cualquier otra metodología de causa-efecto) que determine que el avance sanitario y la esperanza de vida se deban al recurso farmacoterapéutico. Sí se sabe sin embargo que la pobreza y la miseria (y que quede claro que lo uno no lleva necesariamente a lo otro) provocan (es decir, hay asociación y relación causal, las dos cosas) un sinfín de enfermedades y que acortan la esperanza de vida, y en este sentido el avance socio-económico y humano es el verdadero responsable de estos hitos. Los Estados Unidos de Norteamérica pusieron su banderita en la luna, como símbolo y rúbrica de que la conquistaron, pero todos sabemos (y eso no hace falta demostrarlo) que la luna no se puede conquistar con banderitas y que nadie puede apropiarse de ella, como tampoco de la tierra, por cierto, por muchos agujeros que la perforen. Y si no, tiempo al tiempo.
Y el discurso paternalista del Gobierno, diciendo que le interesa la sostenibilidad del sistema y que por eso no puede pagar. Bueno. El Gobierno tiene materia gris y humana suficiente para idear otras propuestas, lo que sucede es que el Estado es un experto en atrofiar y descanalizar energías creativas e innovadoras y en esto la industria farmacéutica lleva razón. El Estado tiene que acogerse a este tipo de discursos porque en el fondo no está preparado para acoger otros más sofisticados. Me explico. Si el sistema sanitario conociese a través de la historia clínica electrónica los resultados que generan los recursos sanitarios que compra, no haría falta seguir jugando a las rebajas y con toda contundencia le diría al vendedor: «Mire, nosotros vamos a saber si lo que usted me vende produce los resultados sanitarios que usted preconiza y, por tanto, sabremos si realmente es un avance o no con respecto a los recursos que ya tenemos, y es más, sabremos si el precio que usted propone (que me da igual el que sea, por cierto, eso lo sabrá usted), va a suponer para nosotros una inversión (dinero con retorno) o un gasto inasumible no porque sea muy alto, sino porque nosotros somos el Estado y esto no va de financiarles a ustedes. Sólo necesitamos 12 meses para saberlo, así es que si le parece durante estos doce meses vamos a negociar un precio a riesgo compartido. Si ustedes están tan seguros del poder curativo de esta molécula no tendrá inconveniente en asumir durante este periodo de tiempo este riesgo que se basa únicamente en los resultados que ustedes prometen versus los que realmente generarán». La reunión acabaría tranquilizando a nuestros interlocutores: «No se preocupen, pondremos todos nuestros recursos en la correcta utilización de esta nueva tecnología que nos ofrecen, de manera que los resultados en el uso están garantizados por nuestro sistema, no se preocupen por este factor de la ecuación».
Pero nuestro Gobierno no está preparado y como ha fracasado en canalizar todo su potencial intelectual y humano, tiene que seguir jugando a las rebajas en una plaza de un mercado fenicio en un siglo pretérito.

PD: Parte de la negociación del riesgo compartido en el caso de la hepatitis C y los nuevos antivirales deberían fundamentarse en elementos como los que se debaten en este artículo: http://english.prescrire.org/en/81/168/49798/0/NewsDetails.aspx