Un análisis más fino nos descubre que por la drástica disminución de la factura pública y por la desfinanciación de diversos grupos de medicamentos y el consiguiente aumento de precio de los mismos, ha disminuido la dependencia del sector de la factura pública aunque se ha estancado la facturación total con crecimientos insignificantes. Resumiendo, las farmacias han aumentado algo el margen bruto, son considerablemente más pequeñas en facturación y, de momento, no son capaces de encontrar la senda que las acerque, al menos, a la cima perdida.
Sería un error imperdonable, aunque cometido demasiado a menudo, dar por bueno este somero análisis sin tener en cuenta una característica del sector muchas veces olvidada. Su heterogeneidad. Ni las posibilidades ni la actitud de las farmacias frente a este escenario son homogéneas, por lo que es ilusorio esperar recetas mágicas y globales.
Es preciso que el sector entienda que es distinto consolidar la posición general del sector a través de un refuerzo del rol profesional del farmacéutico, que no va a ser suficiente para que las farmacias –todas las farmacias– recuperen su añorado estatus, a los cambios necesarios en la gestión de cada una de las farmacias como empresa. Cada una de ellas deberá afrontar los cambios que más le convengan para aumentar su competitividad y poder así ganar volumen y rentabilidad.
Las dos tareas son imprescindibles y el sector debe encontrar fórmulas para hacerlas compatibles. Si alguna de ellas no se afronta, a lo máximo que puede aspirar el sector es a ser un plato suficientemente atractivo para los que siempre están hambrientos, que los hay.