La felicidad se asocia a un estado emocional positivo para la persona. Sin embargo, se trata de un estado de ánimo subjetivo. Lo que para unos es motivo de felicidad, para otros puede no significar apenas nada. Es posible ayudar a alguien a alcanzar su felicidad, pero no puedes prestarle la tuya.
La felicidad es muy personal y, además, evoluciona con la persona a lo largo de la vida. Sería prácticamente imposible listar todas las felicidades existentes, pero sí podría intentarse con los caminos que han de llevar hasta ellas. Más allá de debates filosóficos, podría existir una felicidad conformista (como la de Tolstói, que consiste en saber apreciar lo que uno tiene sin desear en exceso lo que no se tiene), una adaptativa (como la de Sartre, que consiste en querer lo que uno hace y no en hacer lo que uno quiere), una felicidad triunfadora (la del que no se rinde, aquella que se alcanza cuando uno consigue algo perseguido con ahínco), una felicidad ilusoria (aquella que la persona quiere autoconvencerse que tiene, aunque en el fondo sabe que no es así), etcétera. Albert Camus decía que «puede que lo que hacemos no traiga siempre la felicidad, pero si no hacemos nada, no habrá felicidad». Y en el fondo tal vez ahí esté una de las claves, que la felicidad sea más un camino que un fin. Y que se alcance esa ansiada felicidad «absoluta» a base de instantes fugaces que se concatenan.
En el fondo, puede que no importe cuál sea el camino escogido para llegar a nuestro estado de felicidad. Lo verdaderamente importante es ir a buscarla. Y en ese camino encontraremos de todo: tristeza, alegría, fracaso, amor, odio… Y también felicidad. Pero lo importante es avanzar decididos hacia nuestra meta sin miedo al fracaso. Si te caes siete veces, levántate ocho, reza un proverbio chino.
Para recorrer estos caminos, los niños nacen con un gran don: no tienen miedo a equivocarse. Y eso les permite aprender, probar, inventar o experimentar con más intensidad que los adultos. Tal vez por eso los niños son mucho más felices. Luego el sistema educativo les enseña que equivocarse no es bueno, penaliza el error y les marca unos caminos comunes que ya siguen todos los individuos de la sociedad. La sociedad enseña a sus nuevos miembros a elegir entre los caminos preestablecidos, pero no a construir el suyo propio. Sin embargo, los grandes avances de la Humanidad los han llevado a cabo personas que decidieron construir su propio camino.
Tal vez la capacidad de ser felices de los adultos resida en la capacidad de haber retenido esa parte de la inocencia de nuestra infancia. Escuché en una charla la anécdota de una niña que dibujaba en clase. El profesor le preguntó que qué estaba dibujando, y ella respondió que a Dios. «Pero nadie sabe cómo es Dios», respondió el profesor (como queriéndole decir que sin un modelo de referencia no podría hacerlo bien). Pero la niña no dejó de dibujar. Miró al profesor y le respondió que, entonces, todos «sabrían cómo era Dios en unos minutos». Ella perseveró. Era feliz dibujando. ¿Dibujó a Dios? Quién sabe. Pero probablemente fue feliz mientras dibujaba.
Entonces, ¿la felicidad es no tener miedo a equivocarse? ¿Así de simple es ser feliz? Tal vez la respuesta a ambas preguntas sea sí, aunque lo verdaderamente difícil sea conseguir ser así de simple.