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La estrategia del outsider

Cuando Roque nació, hace ahora dos años largos, su primo Lucas le recibió con un eufórico: «Roque, bienvenido a Madrid». De inmediato le corrigió Martín, hermano de Roque: «No, bienvenido a la Tierra».

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Los tres son mis nietos más jóvenes, en total son ocho, y sus eufóricas y emplazadas bienvenidas contrastaron con la cita de Sartre que me rondaba la cabeza: «¿Venimos de la nada o por el contrario el hombre es el ser a través del cual la nada vino al mundo?». Dialécticamente la única conclusión clara fue que La estrategia del outsider comenzaría con el nacimiento de Roque, un ensayo que se desarrollaría en forma de novela incluyendo en su texto una obra de teatro y que acaba de llegar a las librerías gracias a la paciencia, sensibilidad y buen hacer de la Editorial Alianza, gracias a Valeria Ciompi, la editora en el sentido británico del término. Quizás en la novela, o lo que sea, la mixtificación de géneros ya no es novedad, quisiera despachar asuntos varios girando todos alrededor de qué se entiende por «desplazado», de ahí el caligrama a lo Apollinaire que ilustra la hermosa y tipográfica portada del libro. Al inglés desplazado se traduce por outsider, pero al español outsider se traduce por las mil y una voces y es en esa polisemia en la que me refugio, pierdo y enumero. Decir que una edición de El extranjero de Albert Camus en inglés se tituló «the outsider» y no «el foreigner» es de lo más significativo. Con origen exógeno, además de extranjero, extraño, extraviado, intruso, ajeno, advenedizo y también ahora refugiado, emigrante, en cualquier caso alien, alienígena y puede que alienado. Con origen endógeno puede que también alienado y proscrito, desviado e inadaptado, pero sobre todo raro, extravagante, anómalo, marginal, insólito, contestatario, singular, excepcional (la voz que más gusta a quien torea de salón). Hay más y las definiciones no son menos que remedios y enteros en ojo de boticario. Alguien en la periferia de las normas sociales, alguien que vive aparte de la sociedad común, alguien que observa al grupo desde fuera, alguien inadaptado que no se ajusta a las circunstancias. Alguien empeñado en llevar siempre la contraria. Con variantes, en término deportivo quien compite con pocas posibilidades de ganar. Nada más ganar el premio Nobel, Mario Vargas Llosa se apresuró a declarar: «No voy a ser el outsider en las próximas elecciones a la presidencia». Tapado en término político. Hay más pero basta, musa mía, ¿para qué seguir tan larga y mercurial letanía? Digamos a lo Perogrullo que outsider es lo contrario de insider. Paralela a esta letanía, ¿quién se acuerda de Las palmeras salvajes?, la acción teatral del continuo desencuentro de Ausencio, un ingeniero naval que anhela ser poeta, con Naraya, una brillante bióloga berciana que se gana la vida como stripper, relación que metaforiza la inaccesibilidad de la utopía. O solo un amor imposible es un amor eterno. Naraya es el contrapunto que complica hasta el título del libro que en realidad se titula La estrategia del outsider o La vuelta al mundo de Naraya Sola. Entre los asuntos varios el tema de investigación de esta bióloga o farmacéutica, la fotosíntesis, asunto que debiera ser rabiosa actualidad por sus posibilidades energéticas y alimentarias aún por exprimir en la práctica, y el antojo del nombre, me encantaría que alguna niña berciana, de Camponaraya o Narayola, de Cacabelos o cualquier otro lugar, se llamara Naraya. Quizá mi próxima nieta si sus padres consienten. Y sobrevolando todas las cuestiones una puesta en escena frente a la vejez (ese reñido pulso con la jubilación y las nuevas tecnologías) que trata de aunar estas dos definiciones de desplazado. Una: «Desplazado, dícese de quien nace». Otra: «Desplazado, hombre que elige cómo vivir en vez de tomar la vida como viene, y en la elección se define como rebelde».

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