Las décadas que han moldeado la historia de la farmacia moderna en España tienen su origen en la irrupción imparable de la industria farmacéutica. Este punto de inflexión obligó a la botica a replantearse su rol y su viabilidad económica. De ese cambio radical surge la farmacia de la que bebe la que presta sus servicios en la actualidad.
Sería una simplificación afirmar que, a partir de este punto de inflexión histórico, la farmacia no haya evolucionado. Lo ha hecho, y mucho, pero si analizamos esta evolución nos daremos cuenta de que no se trata de cambios en su esencia. Se trata de variaciones en el catálogo de productos ofrecidos por un sector que se ha consolidado como un canal válido y de prestigio para la introducción y posicionamiento de artículos relacionados con la salud, de vaivenes en los márgenes comerciales y en los plazos de pago de la prestación farmacéutica –muy condicionados, éstos, por la situación coyuntural de las finanzas públicas–, y se trata también de la reprofesionalización del sector, que se concreta en un incremento del número de farmacéuticos que atienden al público en las farmacias, en un aumento de su nivel de formación y en la reivindicación institucional de un papel más protagonista de las farmacias en funciones complementarias y coordinadas con las de los demás profesionales sanitarios.
Es demostrable la evolución del sector, pero también lo es que su esencia se ha mantenido. Las farmacias continúan siendo un establecimiento sanitario de propiedad privada. Tienen la exclusiva de la dispensación de todos los productos considerados legalmente como medicamentos. Tienen un contrato exclusivo de la prestación farmacéutica pública. Están remuneradas a través de un margen comercial del medicamento dispensado. Existe una regulación legal específica que casa indisolublemente la propiedad de la farmacia con su titularidad farmacéutica, y que define exhaustivamente el número y la ubicación de los establecimientos.
Visto que la farmacia ha sido capaz de adaptarse a una sociedad en constante evolución sin grandes traumas, y visto el alto grado de satisfacción de la sociedad con el servicio recibido en la actualidad, sería previsible un futuro similar, en lo esencial, al presente.
Sin embargo, y a pesar de la confianza en la solidez y adaptabilidad del sector, es erróneo obviar la criticidad del momento. El punto de inflexión actual es, al menos, tan acusado como el de entonces y, además, existe una diferencia crucial entre lo que sucedió en el pasado y lo que está sucediendo en la actualidad: mientras que entonces no se cuestionaba el modelo de farmacia y de lo que se trataba era de adaptarlo para hacerlo viable en su nuevo rol, ahora se trata de analizar a fondo la función esencial de la farmacia y si el modelo en que se sustenta se ajusta a los objetivos y a los requerimientos de una sociedad radicalmente distinta a la de aquellos años.
Ese análisis debería desmenuzar el modelo existente en todos sus aspectos, para establecer si proporciona respuestas eficaces a las necesidades de la nueva sociedad y aporta valor en un entorno en el que la tecnología, la logística y la exigencia de los clientes configuran un entorno mucho más competitivo. El sector no debería esperar a que este análisis se hiciera a sus espaldas; al contrario, debería ser el principal analista. Sólo cogiendo el toro por los cuernos y reforzando los valores que le diferencian de los demás actores interesados en ocupar su posición podrá encontrar respuesta a la pregunta de los quince mil millones.