Margaret y Hans se trasladaron a Cambridge en 1933, huyendo del régimen nazi, ya que él era hijo de un médico judío. Cuatro años más tarde, siendo Hans Krebs director del departamento de bioquímica de la prestigiosa universidad y trabajando en el metabolismo celular, descubrió una serie de reacciones en las células de la pechuga de una paloma cuyo resultado final era la eliminación de CO2 y la producción de energía... ¿Alguien no recuerda el ciclo de Krebs, del ácido cítrico o de los ácidos tricarboxílicos?
Millones de estudiantes de todo el mundo, y por supuesto todos los que hemos pasado por una facultad de Farmacia, hemos tenido una relación de amor/odio con el bueno de Hans y sus numerosas contribuciones al campo de la bioquímica (ya descubrió en 1932 el ciclo de la urea). Creo que ninguno nos hemos enfrentado fríamente a la acetilcoenzima A, al piruvato, al oxalacetato, a las coenzimas reducidas NADH y FADH2, al omnipresente ATP o a la isocitrato deshidrogenasa. Algunos gozaron descubriendo la génesis de los maravillosos y complejos mecanismos de la biología molecular, otros sufrimos lo indecible para memorizar, mediante fantasiosas reglas nemotécnicas, los dogmas sagrados del metabolismo celular. Pero a ninguno nos dejó indiferentes.
En estos tiempos tenebrosos para la oficina de farmacia, de los temidos reales decretos, de los frecuentes impagos, de la presión de las grandes superficies para invadirnos con sus cuotas de mercado y de las continuas normativas que eternizan la gestión de la farmacia y dificultan la formación continuada o la correcta atención farmacéutica... ¿A quién no reconfortaría una vuelta a la época universitaria y al inolvidable sir Hans Adolf Krebs? Y no solo por el regreso a la frenética vida académica (y extraacadémica), o por devolver la mirada a aquellos ojazos de la alumna de la tercera fila. Aunque también.
¿Quién se atrevería a rechazar el reencuentro con el aprendizaje, con la experiencia escrita en los libros y transmitida por los profesores, con la comprensión y con el razonamiento?
Aunque ya dijo el gran poeta nicaragüense Rubén Darío: «...te vas para no volver»... ¿O no?
Las circunstancias de la vida, y casi por azar, me han hecho volver al mundo académico y a la bioquímica, compaginándolo con mi trabajo en la farmacia. ¡Menuda válvula de escape! ¡Qué balón de oxígeno!
Si alguien me hubiera dicho, cuando se me atascaba la maldita bioquímica en la Complutense, que acabaría encariñándome con el viejo Hans, lo habría tomado por loco de remate. Y, sin embargo, olvidar nuestro negro panorama por unas pocas horas al día, durante unos meses, ha sido la mejor terapia que podrían haberme prescrito.
Estimados colegas, si tenéis oportunidad, ya conocéis mi consejo: ¡más bioquímica y menos burocracia! ¡Más Krebs y menos Prozac!